Madres sexagenarias

¿Se debería poner un límite de edad al deseo de una mujer de tener hijos, sobre todo si no tiene una pareja que la ayude?

En estos últimos meses ha habido dos mujeres españolas -una de 64 y otra de 62 años- que han tenido hijos por fecundación asistida. En un caso fueron gemelos, en otro una niña. Mucha gente opina que esta maternidad tardía es una maravillosa muestra de libertad y de valentía y de progreso científico. Pero también hay gente que dice que tener hijos a esta edad sólo demuestra una irresponsabilidad vergonzosa. De hecho, los médicos que atendieron a una de estas mujeres intentaron disuadirla de su idea. Y la razón no sólo era su avanzada edad, sino el hecho de que no tuviera pareja.

En España no hay ningún límite legal para la reproducción asistida. ¿Debería haberlo? ¿Se debería poner un límite de edad al deseo de una mujer de tener hijos, sobre todo si no tiene una pareja más joven que pueda ayudarla? Es un tema delicado porque aquí entran en colisión los derechos individuales de la madre y la supuesta capacidad coercitiva del Estado que vela por esos niños. Pero esos niños no van a tener abuelos, y además van a tener que convivir con una madre que tendrá que hacer el papel de abuela y de madre a la vez, junto con el de padre en los casos -bastante abundantes- en que estas madres sexagenarias no tengan pareja. Y por si fuera poco, un simple deseo caprichoso obligará a esos niños a convivir con una persona muy mayor que morirá muy pronto y que los dejará huérfanos cuando tengan diez o como mucho quince años (y eso si tienen suerte). Es cierto que hoy las mujeres son muy longevas, pero a partir de una determinada edad es muy difícil que esas madres estén en condiciones físicas de atender debidamente a sus hijos. Por no hablar de las situaciones un tanto extrañas que esos niños tendrán que vivir. Basta imaginar el momento en que su madre sexagenaria -o incluso septuagenaria- vaya a recogerlos a la guardería. "¿Cómo se llama tu abuela?", les preguntarán sus compañeros. "No es mi abuela, es mi madre", tendrá que responder ese niño. Y eso si se atreve a decir la verdad, porque si no, quizá empiece a inventarse trolas para enmascarar su historia. Se mire como se mire, no parece una situación envidiable.

Esta especie de moda -porque parece haberse convertido en una moda- no es más que un caprichito egoísta por parte de algunas mujeres. Pero sigo preguntándome si el Estado tiene derecho a meterse donde no le llaman. ¿O sí?

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