La actual efervescencia social hace que hasta con la cabalgata de los Reyes Magos tengamos un problema político. Una de las controversias se centra en si se mantiene esta figuración popular tal como se ha hecho hasta ahora o si, por el contrario, se introducen cambios para adaptarlas a fórmulas más actuales. El problema está en que las tradiciones pueden y deben actualizarse, pero no hasta tal punto de que queden desfiguradas o falseadas. Hubiera sido más justo que la tradición de los Reyes Magos no se ciñera tan solo a tres figuras masculinas y que en esa comitiva real también hubiera presencia femenina con el máximo rango. Pero no ha sido así, y modificar la leyenda en ese extremo puede significar alterar la representación tradicional hasta el punto de estar dando una visión edulcorada y falsa de la tradición, ocultando así la realidad de la permanente discriminación que ha padecido la mujer. Obviar ese hecho discriminatorio o suavizarlo trasladaría una falsa visión de lo que ha sido una constante histórica. Es ciertamente difícil, por no decir imposible, acomodar las exigencias de igualdad a las tradiciones y ceremonias de la Iglesia católica cuando en ésta, desde sus inicios hasta hoy, el papel de la mujer ha sido clamorosamente secundario hasta el extremo de que no solo no existió ningún apóstol del sexo femenino, sino que todos los puestos de la jerarquía eclesiástica, empezando por el sacerdocio, están vedados a las mujeres.

Más lógico parece incluir en el espectáculo de la noche de Reyes a ciudadanos de raza negra, que ya son numerosos en nuestra sociedad, para representar al rey Baltasar, sin tener que recurrir a ridículos disfraces a base de tizne y betún. Pues aún así alguna polémica ha levantado que la persona designada por el Ayuntamiento de Málaga para representar a ese rey sea una persona de raza negra pero… de religión musulmana. Nadie alza la voz cuando representantes públicos de reconocida actitud agnóstica o de otra religión comparecen y protagonizan ritos y liturgias en la Semana Santa. Pero parece que esa tolerancia se quiebra cuando es un musulmán inmigrante y negro quien lo hace. Como si la cabalgata fuera un acto estrictamente religioso vedado para los no creyentes.

Ni los contenidos y representaciones de las carrozas que tradicionalmente acompañan a la comitiva real se han librado de la polémica y así una fiesta alegre, afable y divertida va camino de convertirse a base de intolerancia y provocación en un semillero de discusión y de posicionamientos políticos encontrados. Una pena.

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