El prisma

Javier / Gómez

Málaga maldita

LA Málaga sobrenatural se ha puesto de moda, y no por el dichoso brujo, el último ridículo de las televisiones nacionales. Ahora que se acerca Halloween, esa fiesta anglosajona que ha invadido hasta nuestros colegios, dos libros compiten en las librerías por mostrarnos el lado esotérico de la provincia. Grutas encantadas, casas malditas, espíritus irredentos que rondan por la noche. Málaga está llena de historias para no dormir. Aunque las peores son reales. Desde luego fantasmas vemos todos los días en carne y hueso, y si hay algo terrorífico en el Cortijo Jurado son los tejemanejes de su promotor y de uno de esos jueces malagueños que quitan el sueño a niños y mayores. También tenemos palabras propias para invocar al maligno. No es el Jeepers Creepers que sonaba cuando el espantapájaros venía a por tu piel, ni Verónica nombrada tres veces frente al espejo. El espanto aquí es oír "inspección urbanística".

Seguro que tanto a Frías como a Del Pino, nuestros dos cazaleyendas, se les han escapado muchos lugares anatematizados. Ignoramos qué tipo de maldición cayó sobre el plan del Puerto de Málaga, pero va siendo hora de que Stephen King le dedique un ratito. Se podría forrar con las historias portuarias, que hicieron huir despavorido al mismísimo Frank Gehry. Otra posibilidad podría ser el tren fantasma de la Costa del Sol, ese que nadie ha visto pero del que todo el mundo habla desde hace décadas. Como el Metro, el otro proyecto ferroviario al estilo del Orient Express de Christie; todos le han pegado su pequeña puñalada. Por no hablar del tenebroso plan Guadalmedina, que sale a relucir sólo una vez cada trece lunas, de la embrujada Carretera de Cádiz semipeatonal, del bulevar de los ocho carriles malditos, del auditorio sin pies ni cabeza o del megahospital muerto sin nacer. Los políticos no lanzan promesas en Málaga, sino profecías.

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