A mi entender, es la más picassiana de las Picasso. Se evidencia en sus comentarios sobre su padre, en sus recuerdos, en sus entusiasmos pero, sobre todo, exhala un profundo cariño a aquel hombre que la pintaba, le hacía juguetes a mano o solo la visitaba porque tenía ganas de verla. Estas gratuidades hacían que Maya correspondiera con un gran amor al padre pintor, al artista próximo, al genio comprendido. Pasa la vida, pasa la muerte y las familias se desmembran, se vacían lugares, se confunden orígenes... Sabiamente, comprensiblemente, Maya, que tiene mi edad, sale al paso de las distancias, quiere no descolgar de España a su padre, no abandonar sus principios que ella vivió y conoció y resuelve con claridad y valentía que el único modo es nacionalizarse española, crear un nuevo y definitivo vínculo con lo español, con lo andaluz, inaugurar nuevos sentires y emociones que sabe que su padre nunca apagó. Tenías que ser tú, querida Maya, la que nos dieras la lección, la de dejar las cosas bien hechas, la de hacernos copartícipes de tus anhelos. Maya, te queremos.

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