tiempos modernos

Bernardo / Díaz Nosty

Memoria de modernidad

UN los treinta últimos años, Andalucía ha vivido un profundo cambio. Una comunidad que nació a la democracia con la bandera de la reforma agraria y un analfabetismo que cuadruplicaba el de las regiones del norte, salió del subdesarrollo. Donde había malas carreteras e insuficientes hospitales, y un sistema educativo pobre, se construyeron autopistas, ferrocarriles, aeropuertos, centros sanitarios, universidades... Y las ciudades se transformaron.

El cambio creó un estado de opinión agradecido, confortado, conservador de lo conseguido, porque la población tenía memoria de subdesarrollo, porque nunca se había vivido mejor. La modernización, claro, alcanzó a toda España. Hoy, como consecuencia de la crisis, en Andalucía, pero también en el resto de España, se vive una situación que invierte algunos supuestos psicológicos de los procesos de cambio.

Se cree que las nuevas generaciones no alcanzarán el grado de bienestar económico de sus padres, y que, en la calidad de los servicios públicos, se devaluará parte de su patrimonio social, por no hablar de la merma en los derechos laborales y las expectativas de empleo. Este adelgazamiento de la parte alícuota que cada ciudadano tiene en el capital nacional, esto es, del bien no tan inmaterial de su soberanía, se produce cuando el país presenta un perfil más cultivado, con 1,5 millones de jóvenes en las universidades, y más de un 30% de la población adulta con estudios superiores.

La relación entre Gobierno y opinión pública también ha cambiado. Es difícil pretender aplicar, desde cualquier instancia -política, empresarial, religiosa...-, los argumentos propios de una nación con una alta tasa de analfabetismo, empobrecida por el subdesarrollo y privada de derechos. La manipulación, una tentación que emana del poder, no es tan fácil con una población formada e informada. Hoy, se tiene memoria de modernidad, de derechos adquiridos, y todo ello ha creado un cultivo democrático que, poco a poco, va depurándose en nuestra población más joven.

Descuidar el plano de la interacción simbólica -no responder a lo que se espera del interlocutor-, constituye la prima de riesgo del Gobierno ante la ciudadanía, porque el crédito alcanzado queda lejos de ser satisfecho. Y el actual Ejecutivo parece indicar que algunos de los compromisos adquiridos ante la mayoría que lo eligió no forman parte de su agenda. Pero hay más, y me refiero a la estética, al recreo anacrónico de las actitudes. Si, como parece, al presidente del Gobierno le preocupa la imagen ante Europa, cuídela y evite espectáculos como el de Valencia -ciudad de grandes eventos- en la caza policial de "enemigos" menores de edad...

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