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Carmen Calleja

Militantes propietarios y asociados

EN los partidos políticos hay militantes que se consideran guardianes de lo fundacional. Son los propietarios. Por ser fundadores, o sus descendientes históricos; o por pertenecer al círculo épico de quienes desplazaron a quienes ya no servían. Creen que otros sólo son adherentes. Áquellos aceptan gente de cualquier procedencia: de otros partidos, de la calle, de estatus de prestigio. Incluso de ambientes alejados: colegios de élite en partido de izquierda, como el SG del PSOE de El Pilar; familias de la otra orilla, como Nicolás Sartorius en el PCE; o de fuera de la cantera natural, como Sánchez Camacho en el PP. Hasta dejan llegar a la más alta dirección... siempre bajo obediencia no escrita a los propietarios. En caso contrario, los asociados son alejados de sus magistraturas. Recuerden a Hernández Mancha. O a Rodríguez de la Borbolla.

De renovar, por edad o imagen, los propietarios buscan un descendiente: si hay que esperarlo, se le espera. Mientras, se recurre a los asociados que reciben la legitimidad de la confianza de los históricos. Se rodearán de legitimarios, auparán a los jóvenes de éstos y cederán el testigo en el momento adecuado. Por eso hay tanta desconfianza cuando alguien opta al poder con autonomía.

Los partidos en España observan formas democráticas. Pero en la praxis hay más cooptación que democracia universal. Las unidades locales eligen candidatos. Pero la lista definitiva tiene mucho de "centralismo democrático": la dirección de nivel superior valida las listas, incluyendo y excluyendo nombres.

Hay que superar este "déficit democrático". La sociedad está disgustada con estos métodos; cree que así los mejores, mujeres u hombres, no tienen chance; abomina del vasallaje, la servidumbre de la gleba, el caciquismo. Eso no excluye disciplina y lealtad organizativa. La antigua derecha se tenía por dueña legítima del poder, como los reyes se creían tales por derecho divino. No asumían que otros llegaran a las magistraturas que históricamente ostentaban. Hoy los reyes saben que deben su puesto a la soberanía popular. La derecha ha asumido la alternancia, sin que sea la farsa Cánovas/Sagasta. ¿Serán los partidos los últimos en cambiar? Democracia no sólo ritual; autonomía personal; ni facturas ni salvoconductos; apertura a la sociedad; confianza igualitaria en hombres y mujeres; presencia directa de mujeres y no sólo a través de vicarios hombres feministas; respeto e integración, con proporcionalidad suficiente, de las minorías; transparencia y rendición de cuentas; etcétera. Hay mucho por hacer. Rubalcaba hará cambios de esta naturaleza. Esperemos que el próximo Congreso del PP vaya por el mismo camino. Nadie debe considerarse propietario de lo colectivo sino parte alícuota de ello.

Ni propietarios ni asociados: todos iguales.

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