De repente, la semana pasada dos sucesos se encadenan en pocas horas y te hacen pensar. El primero, público: dos alpinistas independentistas que iban a colocar una bandera estelada en un pico de Huesca han sido rescatados por la Guardia Civil. Como dijo con guasa un amigo: "Es tan bonito que no puede ser verdad". Otro, más truculento, apuntaba: "Me recuerda a cuando los civiles evacuaron y capitanearon la emergencia, hasta eliminarla, en las riadas de poblaciones vascas mayoritariamente partidarias de ETA". Pero esto no va de independentismo ni de terrorismo: va de los llamados cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, incluido e Ejército (también, por cierto, destinado a tareas como rescatar a montañeros o a instalar bombas -de desagüe- lejos de sus casas).

La segunda situación es personal. Un bar habitual donde refrescarse después del deporte. El bar es pequeño, de forma que ocho soldados con uniforme de faena resultaban notorios. En los bolsillos de las zamarras vi que esos soldados eran oficiales, y alguno lucía la estrella de comandante (me parecieron tan jóvenes). Quien me conoce sabe que no heredé la vocación militar de mi padre. Así que mi afecto por el Ejército proviene en parte del recuerdo, nítido entre la bruma, de aquel hombre bueno y con gran humor que tan joven murió y, sobre todo, por mi mili, en la que tuve el privilegio de pasar largas temporadas en un peñón de soberanía llamado Alhucemas, allá por donde Alá perdió la chancla: la memoria dulcifica y engrandece, pero yo volvería allí un mesecito, bien pelado y ya sin teletipo que operar. Por si alguien pudiera sospecharme predisposición, reitero que, entre germánico y bohemio, no gana el alemán sobre el parisino en mí. Pero es que ni de lejos.

La España inveterada, que se resiste a morir, emergió en la boca de un contertulio, una gran persona por lo demás: "Uf, yo los veo y me da mal rollo; y no es por nada, parecen tan educados y confiables, pero debe de ser que soy de pueblo y en mi pueblo los guardias civiles pegaban hostias a manojos". Me dije: "Esto es como el color de ojos, que no se quita: para ser español de izquierdas, el ejército -el español, no otros- te debe repeler". Su hijo, apenas mayor de edad, con piercings y estilismo capilar de chaval de hoy, asintió con intensidad cuando yo dije que los militares y guardias civiles ya no pegan, y que miles de chavales normales fracasan en su deseo de convertirse en soldados cualificados cuyo trabajo sea servir a toda la gente de este país, piense lo que piense.

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