Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Mitos

Como cualquier otra, la 'construcción nacional' andaluza está asentada sobre una mitología

Toda construcción nacional necesita asentarse sobre una mitología y, a ser posible, un martirologio. En España, más allá del reciente desvarío catalán y el no tan lejano terror vasco -sobre el que se quiere echar paletadas de olvido-, lo más parecido que hemos tenido en el último medio siglo a la formación de una conciencia nacional ha sido el proceso identitario de alguna autonomía y de forma muy acusada de la andaluza.

La mitología andalucista se basa sobre tres pilares construidos e impulsados por la Junta de Andalucía en los primeros años ochenta para dotar a la región de un imaginario fácilmente asimilable: el rescate de la figura de Blas Infante como padre de la patria andaluza, la explosión de fervor autonomista en la calle del 4 de diciembre de 1977 y la votación del 28 de febrero de 1980, que permitió el acceso a una autonomía teórica tan amplia como la de Cataluña y el País Vasco.

El primero de ellos es una construcción histórica. Dicho sea desde el respeto a una persona que fue fusilada por sus ideales, en medio de la tormenta de sangre de 1936, ni el notario Blas Infante ni el nacionalismo andaluz significaron gran cosa en la convulsa década que precedió al inicio de la Guerra Civil. Un repaso a la enorme bibliografía publicada sobre aquella época o la mera consulta de las hemerotecas revelan que ni Infante ni lo que luego ha representado estaban, como se diría ahora, en la agenda.

El 28 de Febrero, más allá de la épica de la que se le quiera revestir, fue un enfrentamiento político que al PSOE de entonces le sirvió para consolidar la voladura de UCD y constituirse como la alternativa de Gobierno para España que se plasmaría dos años después. En Andalucía, la situación de dominio socialista se perpetúa hasta hoy porque, entre otras cosas, en esa fecha los socialistas lograron una identificación entre sus siglas y el concepto de Andalucía que con algunos altibajos han logrado mantener.

El 4 de diciembre de 1977 -ahora, como de casi todo, se cumplen 40 años- tiene una significación histórica particular. La salida de la dictadura provocó el despertar de una conciencia larvada en el último franquismo y que respondía a una realidad: Cataluña y País Vasco habían logrado alcanzar grandes cotas de desarrollo gracias a las prebendas del régimen, mientras que a Andalucía se la había sepultado en el tercer mundo. La reacción fue clara y cargada de lógica. Sólo había que convertirla en votos.

Sobre estos mitos se construye la Andalucía de hoy. Vistos con perspectiva, no estuvieron mal elegidos ni mal desarrollados.

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