Decía el otro día el filósofo Daniel Innerarity en Málaga que cuando se recurre a la moral como primer recurso para justificar una idea o una acción, inevitablemente tiende a sospechar que la argumentación carece de la mínima consistencia. O, dicho de otro modo: el de la moral es el camino más fácil y casi siempre delata que no hay otro. Si la Casa Invisible decide organizar un acto con dos personas que han cumplido condena por su vinculación con los Grapo (además de un rapero condenado por enaltecimiento del terrorismo), la reacción a huevo, la respuesta evidente, es la que formuló en su momento el grupo municipal de Ciudadanos: considerar "intolerable" esta actividad y exigir que no se celebre. Más allá de que una persona que ha saldado sus cuentas con la justicia, por mucho dolor que causara en su momento, puede acogerse al derecho de participar en los actos que le vengan en gana, prevalece siempre la sospecha de que todo encuentro en el que comparezcan antiguos miembros de un grupo terrorista va a significar un enaltecimiento del terrorismo. Pero si afinamos un poco, resulta que lo que la Casa Invisible quería celebrar era una mesa redonda en torno a "una perspectiva histórica sobre cárcel y amnistía vistas desde la Transición". Y, bueno, lo cierto es que la participación en un acto de estas características de personas que han sido condenadas por terrorismo estaría más que justificada. Hablamos de un encuentro abierto, con libre acceso para todo el mundo. Si estas personas hubieran aprovechado la coyuntura para enaltecer el terrorismo, habría bastado con interponer la denuncia procedente: exactamente igual que con cualquier otra persona. Cabía incluso la posibilidad de asistir y rebatir lo que tuvieran que decir. Pero es más fácil poner la moral por delante y dar el debate por concluido antes incluso de plantearlo. Cuando la Invisible colgó aquella bandera nacional como una horca, se estaba invitando a una reflexión sobre el origen terrorista de los Estados, algo tan antiguo como la Revolución Francesa. Pero la moral hace su dictado. Blanco o negro. Sin grises.

No he acudido a más de un par de actividades de la Casa Invisible. Pero sí conozco a algunas personas vinculadas con el centro. En unas ocasiones comparto sus argumentos y en otras no. Alguna vez he intuido ciertos prejuicios dirigidos contra quienes consideran sus contrarios (hasta contra mí mismo, con comentarios a mis artículos del tipo "creíamos que ibas a escribir sobre la Invisible de manera muy distinta"; exactamente, ¿por qué? ¿Por el medio para el que trabajo? ¿Por mis pintas?), pero siempre de manera particular, no en lo que respecta al funcionamiento orgánico del centro (al cabo, los prejuicios cunden en todas partes y en clubs de toda índole: por eso no formo parte de ninguno). Pero demonizar sus propuestas a cuenta de la moral, con el fin de justificar un desalojo que serviría para entregar el centro al hostelero de turno, delata una cultura democrática de dudosa calidad. El Ayuntamiento tiene que regular esto ya. Pero bien. Hagan política y no metan miedo. Para eso se les paga.

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