El terrorismo basa su éxito en la publicidad de sus acciones. No se sembraría el terror si los atentados no trascendieran. Siempre se discutió si la publicidad excesiva de los actos terroristas no eran el mejor aliado de sus autores y que una menor difusión de sus efectos limitaría sus objetivos. Ciertamente los ciudadanos tienen derecho a conocer cuanto ocurre y no cabe imponer el silencio para evitar la publicidad que los terroristas persiguen. Pero esa información que no debe ser limitada de forma coactiva bien merecería ser tamizada por el sentido común.

Hemos avanzado bastante y ya la mayoría de los medios no se recrean con imágenes de cuerpos mutilados esparcidos por el lugar de la masacre. La sensibilidad aconseja que el derecho a la información no sufre si se evita mostrar lo más cruel y descarnado de los atentados. En el reciente atentado de Glasgow hemos podido liberarnos de esas truculentas imágenes pero sin embargo hemos tenido que padecer una inclinación al morbo más sutil pero igualmente innecesaria. No creo que aporte nada a la información imágenes de madres desesperadas buscando a sus hijos, clamando ayuda ante las cámaras de televisión. Ni tampoco parece necesario ir desgranando una a una las víctimas que se van reconociendo, con sus fotografías y detalles de su vida que puede aumentar el dolor ciudadano, pero que no parece aportar nada sustancial al conocimiento de los hechos. Es difícil establecer la línea entre la información y el morbo, pero en este caso, recrearse tanto en la tragedia que estas acciones causan cae más en el campo del interés malsano que de la información

Pero además, si la fatalidad hace que ese atentado coincida con la desaparición de más de treinta personas en las costa de Libia se ve la injusta diferencia de tratamiento de ambas noticia. Aquí no hay ni imágenes de familias desgarradas ni censo de niños ahogados ni fotografías ni apuntes biográficos. Es difícil de justificar esta llamativa diferencia de tratamiento cuando los dos hechos tienen en el fondo la misma causa y origen. Y si atendemos a la lejanía no hay muchos más kilómetros de distancia a la capital inglesa que al lugar del naufragio. En el fondo y vergonzosamente la diferencia de tratamiento viene apoyada en otras afinidades culturales y raciales, y en el sentimiento colectivo de que de los actos terroristas nadie ni directa ni indirectamente nos sentimos culpables, pero de esas muertes en el Mediterráneo no podemos decir lo mismo.Y aquí, claro, el morbo no cotiza.

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