Participó el pasado jueves el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, en un encuentro celebrado en Madrid con varios gobernadores municipales de toda España dentro del Foro de Industrias Culturales. La cuestión a debatir en aquella mesa era la oportunidad que entrañan las políticas culturales en el desarrollo de las ciudades, grandes y pequeñas, y ahí, claro, De la Torre tenía mucho que decir. Eso sí, en realidad vino a decir lo mismo que solemos escucharle por aquí abajo: que la cultura (reproduzco declaraciones recogidas por Efe) "dinamiza y da perspectivas nuevas" y que Málaga "utiliza ese motor como elemento de progreso y estrategia", con una apuesta clara por la "innovación", elemento que considera un objetivo irrenunciable de los ayuntamientos. Y sí, la radiografía del caso malagueño es exactamente así: el chasco que significó la truncada candidatura a la Capitalidad Cultural Europea para 2016 derivó de manera casi inmediata a la forja de la marca Ciudad de los museos, con una transformación urbana en torno a grandes espacios para el arte, una reordenación absoluta de los atractivos turísticos (algo especialmente meritorio en un territorio adscrito durante décadas al marchamo sol y playa), una atención internacional forjada en diversos rankings y en diversos reportajes de The New York Times, The Guardian y otras cabeceras mundiales y una identidad renovada para Málaga, consolidada como la nueva Barcelona justo cuando la original se enfrentaba a delicados problemas sociopolíticos con consecuencias directas en el turismo. Volvió De la Torre a referirse a la cultura como "motor", e inevitablemente aquí se trata de correr: en una ciudad sin industria y con serios riesgos de envejecimiento, la cultura, así entendida, entrañó una oportunidad de innovación, de inversiones y de competencia. Las condiciones del mercado abiertas tras la crisis pusieron a las ciudades a batirse en duelo entre ellas para ver cuál llegaba antes a la meta, y en no pocos aspectos urbes como Córdoba, Sevilla y Granada observan el proyecto malagueño como un modelo a seguir. Las ciudades, a estas alturas, no son más que productos y corresponde a sus líderes saber venderlos. La estrategia de marketing ha salido en Málaga de diez. Pero ya se sabe que todo lo vendible tiene un precio.

En aquel mismo encuentro participó también Clara Luquero, la alcaldesa de Segovia (sí, esa ciudad pequeñita, en la que hace tanto frío hace en estas fechas y en la que se come un cochinillo como para caerse de espaldas), quien también se refirió a la cultura en términos a la rentabilidad y, además, añadió lo siguiente: "La cultura nos ayuda a ser mejores seres humanos. Es un gran elemento integrador, la gran socializadora". Y al leer tan sencilla aseveración, uno cae en la cuenta: atiza. Resulta que, además de para ascender puestos en el escalafón y para que salgan las cuentas, la cultura nos puede ayudar a ser mejores. A tener una vida de más calidad. A que quienes se quedan fuera de toda esa innovación y dinamización se suban al carro. A que descubramos que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Y resulta que todos estos asuntos también forman parte de la política cultural, que no tiene por qué ser únicamente una política financiera. Cuánto sigo echando de menos aunque sea un guiño a esta otra versión del cuento. Una sola palabra, ay, bastaría para sanarnos.

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