La otra mirada

Ruth García Orozco

National Terrographic

HACE ya bastante tiempo que me he vuelto muy exigente a la hora de seleccionar películas y programas de televisión. Decidí que no iba a malgastar mi tiempo en sufrimientos innecesarios, por lo que evito todo lo que pueda oler a género de terror, violencia y los programas del corazón. Por eso, en las contadas ocasiones en que encuentro tiempo para sentarme a ver algo en televisión, me ha dado por los documentales.

Pero hete aquí que mi gozo en un pozo, porque he podido comprobar que en ellos hay información suficiente para ponerte los pelos de punta y con total fundamento, porque hasta el momento nadie ha podido constatar la presencia de ningún Freddy Kruger o del temible Jason de Viernes 13 entre nosotros; sin embargo, el documental sobre Volcanes y terremotos del National Geographic (o más bien National Terrographic) cuenta verdades como puños, y eso sí que es para quitar el sueño.

Para empezar, la corteza terrestre está literalmente flotando en un mar de magma incandescente, y las placas tectónicas chocan entre sí a unas presiones inimaginables. Nuestro planeta está vivo y bien vivo, y no para de evolucionar quebrándose, temblando, creciendo en altura o hundiéndose en profundas simas. Desde Hawai hasta Islandia, la tierra bulle bajo nuestros pies, y debajo de una fina corteza de apenas seis kilómetros tenemos una sima insondable de fuego líquido que puede explotar en cualquier momento y sobre la que flotamos en nuestras respectivas plaquitas a la deriva, cuyos movimientos padecemos en forma de terremotos que podrían llegar, en casos extremos, al grado 13 en la escala de Richter, algo que jamás se ha medido y mejor que así sea, pues trituraría literalmente la zona.

Y lo mejor es que, bajo el idílico parque Yellowstone en EEUU, (sí, el del querido oso Yogui y su amigo Bu-bu), duerme un súper volcán, sólo equiparable a uno que hizo erupción en Siberia hace unos 250 millones de años y que acabó con el 90 por 100 de la vida en la Tierra. Su erupción equivaldría a 1.000 bombas de Hiroshima cada segundo y las cenizas provocarían un invierno climático mundial. Y se calcula que suele entrar en erupción cada 600.000 años y ahora lleva sin hacerlo unos 640.000. ¿Y qué me dicen de las magnetoestrellas, que situadas a miles de años luz pueden emitir radiaciones capaces de alterar nuestro campo magnético y afectar a nuestra atmósfera? ¿O más cerca, una buena erupción solar que nos deje fritos?

En conclusión, si quieren terror no vayan al cine. Pongan un buen documental y échense a temblar pasando miedo del bueno.

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