Desde que se evaporó la UCD (1982), el espacio político de la derecha fue campo exclusivo de PP (AP) sin competencia alguna. Su influencia abarcaba desde el franquismo nostálgico con inclinaciones autoritarias hasta el pensamiento liberal. Cualquier intento, que los hubo, de competir en ese ámbito fue condenado al fracaso. Este hecho, prolongado en el tiempo, creó hábito y generó la impresión de creerse exclusivos en la opción electoral de la derecha, mientras que contemplaban como la izquierda tradicionalmente dividía sus preferencias de forma desigual entre al menos dos ofertas electorales. La aparición de Cs en principio no creó mayor alarma en las filas populares, pues se pensaba que era un intento que terminaría malogrado, una versión de UPyD, o simplemente un nuevo partido que robaría votos a sus eternos competidores, los socialistas, y les serviría de escolta amigable para completar mayorías. De hecho, eso en principio ha sido así hasta ahora. Pero es después de la eclosión catalana y de las encuestas más recientes cuando el PP ha despertado de su sueño y ha comenzado a preocuparse. Solo así se explican los nervios que han aflorado en la cúspide de este partido, que no desperdicia momento y motivo para atacar de forma desaforada a este nuevo e imprevisto rival.

El problema está en que entre uno y otro no hay grandes discrepancias ideológicas ni estratégicas y, aunque cada uno tiene su propia trayectoria, la verdadera confrontación no pueden encontrarla en el campo de temas esenciales, sino que tienen que descender a movimientos coyunturales para sacar ventaja. Y en esa estamos. Cualquier tema es buen motivo para buscar el cuerpo a cuerpo. Eso sin duda ha pasado con la prisión permanente revisable, que es el eufemismo más brillante que se ha encontrado para referirse a la cadena perpetua. Ha sido percibir el PP que en este tema su competidor parece flaquear para lanzarse de forma desaforada a la confrontación aunque para ello tenga que aprovecharse de dolorosos sentimientos y explotar la demagogia más chocarrera. En esta batalla no se repara en gastos y da igual que este tema esté pendiente de resolución del Tribunal Constitucional, o que el propio Gobierno pueda quedarse en minoría, la cuestión solo estriba en intentar dejar a Cs en evidencia. Estos nervios mal disimulados parece que van a ser la constante política del momento y por eso no es extraño oír del presidente del Gobierno cuando se le pregunta por otras cuestiones que mejor es "no meternos en eso". Ellos, sin duda, están en otra cosa.

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