Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Niños en el crudo invierno

Europa tirita de frío, pero quienes más lo sufren son los refugiados que lo soportan en tiendas de campaña

La pobreza es una calamidad y no es necesario añadirle adjetivos -energética, alimenticia, educacional-, aunque ésta se ve acrecentada en circunstancias concretas como las terribles guerras que provocan centenares de miles de muertos inocentes y millones de desplazados que huyen de esa muerte implacable de las bombas de todos los bandos, en punitivos conflictos; de las venganzas, los odios y la inhumanidad de los contendientes. Y entre estas víctimas tienen un desgraciado puesto los centenares de miles de niños que hemos visto hace demasiado tiempo chapotear por el barro, con familiares o abandonados a su suerte, porque sus padres han desaparecido, que en tiendas de campaña, como ocurre en Grecia y otros lugares del mapa, soportan el hambre, el frío, la nieve, el agua o el viento.

Mientras vemos a millonarios rodeados de dorados de ese mal gusto característico de la especie, en especial si son norteamericanos -caso de Donald Trump-, las imágenes televisivas nos muestran colas de refugiados en la Europa helada a la búsqueda de algo caliente con que tonificar sus fríos estómagos, niños que andan con sandalias entre la nieve y, sobre todo, esas miradas estremecedoras -que tanto hemos visto tras un bombardeo ruso, americano, del dictador Assad, de los varios grupos rebeldes, del siniestro Daesh o de quien sea en Siria- de ojos infantiles que no comprenden todavía los motivos de la barbarie, aunque la muerte los acaricie tan de cerca.

Europa está dividida entre lo que es un deber humanitario de acogida y los que repudian a los inmigrantes, no ya por el hecho de que entre ellos pueda incrustarse algún terrorista, sino porque no son de su raza ni nacionalidad. Habría que repudiarnos a nosotros mismos y a nuestro entorno, porque surjan asesinos, ladrones, violadores en el seno de la comunidad. Así el racismo y la xenofobia se concentran en movimientos que se van abriendo paso, como jinetes de una Apocalipsis que podría volver a cabalgar de nuevo por una Europa y un mundo, no ajeno a estas estampidas.

Mientras nos entretenemos con personajes inquietantes como Trump o Le Pen, entre otros, y nos asolan terrorismos sanguinarios como los yihadistas y problemas que afectan a una sociedad, cada día más desigual y empobrecida, la mirada de esos niños, en este crudo invierno que ha caído por muchos lugares cercanos, tiene que conmover alguna parcela de nuestros sentimientos. Recuerdo un helado día de invierno de mis primeros pasos periodísticos cuando le llevaba un artículo de opinión al director de Patria, José María Bugella, y le comentaba el frío que hacía en la calle, y él, mirándome por encima de sus gafas, me dijo: "El peor frío es el de los corazones".

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