Punto de vista

José Ramón del Río

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Notarios escritores

Pablo Gutiérrez-Alviz nos da una muestra de que se puede ser un muy competente notario y un magnífico escritor

Hasta hace poco eran los médicos los profesionales que más se dedicaban a la literatura, hasta el punto de que se distinguía entre escritores médicos y médicos escritores, porque los primeros tenían el título pero no ejercían la medicina, y los segundos seguían ejerciendo su profesión de médico. De los primeros, pueden citarse a Mateo Alemán, Pío Baroja; de los segundos, a Santiago Ramón y Cajal y a Gregorio Marañón, por limitarme a los españoles. Como se dice de los médicos, todos tienen mala letra, pero algunos buena pluma.

Más recientemente, otros titulados también escriben. Por supuesto, los abogados, porque siendo tantos los licenciados en Derecho, no podían faltar. Incluso el Consejo General de la Abogacía tiene instituido un premio literario para los colegiados que, en una ocasión, ha sido ganado por el jerezano Juan Pedro Cosano. Pero yo voy a referirme a un grupo más reducido de profesionales del Derecho, como son los notarios. En lo que respecta a abogados del Estado, hasta el momento podemos enseñar uno: el autor teatral Joaquín Calvo Sotelo. Pero los abogados y, sobre todo los notarios, tenemos una clara ventaja para la literatura, porque mientras que los médicos tienen que leer los prospectos de las medicinas, nosotros tenemos, para aprender, una de los mejores textos redactado en castellano: el Código Civil. Me refiero, al que redactó García Goyena en 1889. Para mí, con la Celestina es lo mejor que se ha escrito en nuestra lengua.

Con tan buen aprendizaje y con su ingenio, el notario Pablo Gutiérrez-Alviz nos da una muestra de que se puede ser un muy competente notario y un magnífico escritor. Lo demostró en la presentación de su tercera obra La soldada rasa, que recoge los artículos publicados en los diarios de Grupo Joly de 2016 a 2017. La presentación tuvo lugar en la Casa de los Pinelos, que alberga tres academias sevillanas y entre ellas la de Buenas Letras, que un día dirigiera su padre. El cartel del acto era de lujo: el director de la Academia, Rafael Valencia, como anfitrión; José Joly, presidente del Grupo Joly; Braulio Medel, presidente de la Fundación Unicaja, y como presentador, el catedrático Olivencia. El único lidiador, Pablo Gutiérrez-Alviz, que con su ingenio deslumbró al respetable, hasta el punto que me decía Isabel León, presidenta de otra academia sevillana, que nunca se había reído tanto. No tengo espacio más que para darle toda la razón a Olivencia al decir que su maestro Joaquín Garrigues fue el escritor más brillante de los juristas españoles del siglo XX. En ese camino va mi amigo Pablo.

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