El fenómeno de las fake news o noticias falsas se está convirtiendo en un auténtico problema: su capacidad de contaminar, con mentiras interesadas, el proceso formativo de la opinión de los ciudadanos comienza a tener consecuencias graves en la toma de decisiones colectivas. El ejemplo de la elección de Trump demuestra hasta qué punto este pseudoperiodismo, que anida en desvergonzados portales y, sobre todo, en las redes sociales, puede generar un peligroso y eficaz estado de desinformación.

Un dato avala tal riesgo: sólo el 14% de los españoles sabe detectar las fake news, aunque seis de cada diez aseguren poder hacerlo. En estas condiciones, es lógico que el asunto preocupe. No hace mucho, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría instaba a los educadores, padres y gobernantes a fomentar el pensamiento crítico, en especial en los jóvenes, para favorecer así que sus opciones nazcan de su propio y personal criterio y no de ese siniestro dirigismo que utiliza la posverdad para engañarles, adocenarles y uniformarles.

¿Y eso cómo se hace? Nos lo descubre José Antonio Marina: necesitamos regresar al camino de búsqueda de la verdad, a la enseñanza que hace de ella un objetivo real y posible, superando aquellas tesis -el pensamiento débil, entre otras- que niegan toda racionalidad al intento. Debe ser la Filosofía (una disciplina hoy marginal en nuestras escuelas) la encargada de que nuestros críos reciban una educación que les impulse a dudar, verificar, comprobar y desarrollar un espíritu constructivamente crítico. Si lo lográramos, las fake news perderían una gran parte de su letal toxicidad.

Al tiempo, hemos de combatir otro error que se extiende: no todas las opiniones son respetables y equiparables. Como afirma también Marina, en democracia son respetables todos los opinantes, pero no todas sus opiniones que, por supuesto, pueden ser necias, ofensivas o equivocadas. Sin embargo, en la batalla entre el conocimiento y la opinión está venciendo esta última, alcanzando un peso y una influencia demasiadas veces injustificados y auspiciando maniobras que pretenden encadenar nuestra libertad.

No crean en nada a pie juntillas, ni en esto que les digo. Pongan en cuarentena cuanto les cuenten. Porque ya sería triste que acabáramos viviendo al son que nos toquen los mercaderes del embuste, los déspotas desilustrados que, con nuestra cómplice desidia, hacen fortuna en el páramo de tanta mansa ignorancia.

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