EL Estado, incluso el Estado del capitalismo menos intervencionista y más liberal, no ha de permanecer impasible ante las contradicciones e incongruencias del mercado. Éste es el mensaje que llega del nuevo inquilino de la Casa Blanca. Un mensaje con miga y con sustancia.

Barack Obama ha tocado el corazón del intocable sistema financiero norteamericano: los ejecutivos de todos los bancos, aseguradoras y sociedades de inversiones que han recibido dinero del Estado para sobrevivir a la crisis que ellos mismos han contribuido poderosamente a crear tendrán que recortar hasta un tope máximo de 386.000 euros anuales sus ingresos anuales, incluyendo salarios, incentivos y pagos en especie. En el futuro el recorte afectará a los capitanes de cualquier empresa que reciba cualquier tipo de ayuda pública.

Aquí todavía nos parece que 386.000 euros al año son muchos euros, pero allí la cantidad resulta una menudencia en un contexto de astronómicos emolumentos para los que llevan el timón de los grandes bancos y compañías. Consejeros delegados, presidentes y directores generales de firmas como Bank of América, Citigroup, General Motors o American Express -por poner unos cuantos ejemplos de empresas afectadas- percibían cifras mareantes, que nadie cuestionaba cuando su gestión era exitosa, beneficiaba a sus clientes y llenaba los bolsillos de sus accionistas, pero que ahora que se han salvado gracias a las inyecciones estatales resultan manifiestamente escandalosas. Por eso las ha quitado Obama. Si una firma concreta quisiera, a pesar de todo, retribuir a sus ejecutivos por encima de los 386.000 euros, podrá hacerlo... entregándoles acciones que éstos no podrán cobrar hasta que no se devuelva la ayuda recibida del Estado.

Este intervencionismo de Obama puede parecer subversivo, pero en realidad, si uno se fija bien, no deja de ser coherente con el sistema. Desde luego, lo es con la cultura del capitalismo americano, que premia el éxito y castiga el fracaso (lo peor que te pueden decir allí es que eres un perdedor). La filosofía del presidente es sencilla: los ciudadanos se irritan justamente si quienes han llevado a las grandes corporaciones a la bancarrota -y con ellas, a buena parte de la economía mundial- son recompensados con los mismos salarios que percibían cuando su gestión generaba riqueza, empleo y dividendos. Sobre todo si esas recompensas tienen que salir de las arcas de los contribuyentes que están sufriendo las consecuencias de su fiasco.

No hay nada de socialismo o estatalismo en esta medida. Si acaso, de capitalismo consecuente. Por eso no ha gustado nada, pero nada, en Wall Street, cuna del capitalismo inconsecuente y rapaz.

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