LO mejor de la visita de Michelle Obama y su hija Sasha han sido las fotos que no se han hecho, los personajes que no se han visto, el chasco, en fin, de todos los caballitos de cartón que estaban listos para la pose histórica y se tuvieron que marchar mohínos y compuestos. Alcaldes, consejeros, traductores de favor, concejales, asesores, expertos, sobrecargos, entendidos en la materia, directores, secretarios y pegatimbres se deshicieron por lograr la foto y al final nada, ni un escorzo robado ni un perfil de contrabando. Las fotos, fijas: la primera dama, la niña, unos desconocidos y unos guardaspaldas fornidos cuyo rostro ningún periódico se preocupó de desfigurar como es costumbre hacer con los policías españoles. Sólo ellos. Mientras la comitiva paseaba por Marbella, la Alhambra y el Sacromonte, los figurantes y los meritorios estaban en bambalinas esperando una oportunidad para un ligero cameo. A mí el paréntesis me recordó a Pepe Isbert, el alcalde de la trompetilla de Bienvenido míster Marshall, arengando al pueblo a recibir a los forasteros. Entonces para lograr las toneladas de leche americana con que nutrir los organismos; ahora para obtener los hectómetros cúbicos de turismo en polvo necesarios para cebar la industria. Sólo nos queda el consuelo de saber que comieron un helado de chocolate con trufas y que compraron unos trapitos en rebajas.

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