La tribuna

Alfonso Pérez Moreno

"Oenegé" y "sostenibilidad"

LA Real Academia de la Lengua ha vivificado el diccionario con la acogida de numerosas palabras nuevas, entre ellas "oenegé" y "sostenibilidad". Hay que observar la evidente utilización de ambos términos durante muchos años ya, no sólo en los medios y libros cultos, ni en el lenguaje académico, sino incluso en el más popular. Podemos vislumbrar a través de esas expresiones -la primera antes escrita sólo con la sigla ONG- dimensiones esenciales de la vida social globalizada. En todos los lugares civilizados del planeta, tanto en la escritura como en las intervenciones orales de todo tipo, sean sus autores pensadores, literatos, políticos, periodistas e incluso sólo miembros del pueblo llano, se oye nombrar a algunas instituciones como "oenegés" y definir la supermeta de todos los anhelos como "sostenibilidad". El adjetivo "sostenible" añade a cualquier sustantivo una dimensión de valor, una cierta aureola de eticidad. También con la expresión "oenegé" se alude a colectivos sociales que buscan obtener con independencia fines benéficos.

Pero las palabras no sólo necesitan reconocimiento sino también restauración de su significación. Para conseguirlo conviene indagar sobre sus sentido originario.

A lo largo de la evolución histórica de los últimos dos siglos las sociedades humanas han experimentado transformaciones impuestas en los cambios de los fines del Estado. El esquema puede ser didáctico: antes de la Revolución Francesa la sociedad liberada era más protagonista y abundaban las asociaciones y fundaciones para atender necesidades diversas; la Revolución suprimió todas esas instituciones, y superada la etapa del liberalismo histórico, el Estado intervencionista, luego planificador, engendró una alternativa simplificada entre el plano de lo público (servicios, actividades, empresas públicas) y de lo privado (instituciones civiles y mercantiles); finalmente, la llamada privatización reductora del volumen del Estado ha estimulado la actuación social directa con la creación de numerosas instituciones que ni están en el sector público ni en el sector privado, por lo que la doctrina las ha aglutinado en el llamado tercer sector. Son las oenegés, organizaciones no gubernamentales, cuya proliferación a impulsos de la globalización se ha cuantificado con un incremento del veinticinco mil por ciento. La variedad de sus fines es sorprendente, aunque inicialmente giraban en torno a lo benéfico, lo cultural o lo lúdico. Sin embargo, actualmente muchas de ellas se han desustancializado convirtiéndose en enclaves sociales exentos de controles y, a veces, para fines contradictorios con la eticidad originaria. La acogida de la palabra oenege debería acompañarse de la restauración de su significado auténtico que la vincula a fórmulas de autonomía social ligadas al interés general, al bien común, y no reductos descontrolados de egoísmos o de malhechores.

El nacimiento del término sostenibilidad tiene una fecha en el calendario: el informe de la ministra noruega Brundtland, inducido por la ONU en 1983. Desde entonces la palabra se ha ensanchado y se ha sacralizado como expresión de un paradigma: la utilización de los recursos naturales no debe tener efectos extintivos sino que debe dosificarse para garantizar la continuidad de su beneficio para las generaciones futuras. En consecuencia, si una actividad es dudosa por sus efectos en el medio ambiente, no debe ser permitida. La meta de la sostenibilidad transforma el principio in dubio pro libertate en in dubio pro natura. Pero también la autenticidad del concepto debe preponderar sobre su invocación desviada; no se puede eliminar la cláusula de progreso, el efecto de las conquistas firmes en la capacidad del hombre para garantizar una utilización racional de los recursos naturales. La sostenibilidad contiene también una idea-fuerza moral y no debe convertirse en el lema ciego de una campaña permanente contra la creación humana. Obliga a dar prioridad a la aplicación del ingenio en la obtención de toda riqueza del sol, del viento, del agua, del mar y del fuego; y a eliminar con la prudente ordenación de la incertidumbre, todo lo que atente contra el amor del hombre a la naturaleza.

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