Mirada alrededor

juan José Ruiz Molinero

Olas de calor

ESTOS días, con las temperaturas más tórridas conocidas en muchos años, me pregunto si los españolitos estamos preparados para aguantar los extremos, pese a que nuestra historia nos ha mostrado lo fácilmente que pasamos del frío al calor, en el aspecto social y humano y no sólo en el climático. Es decir de la frialdad ante las cosas a los más encendidos entusiasmos. La moderación no es, precisamente, nuestra virtud, aunque a veces se confunda con la sumisión o la aprendida lección de que es mejor callar que decir lo que se piensa, por si no puede traernos nada bueno.

Tampoco los políticos -la clase menos valorada en los últimos tiempos- dan muestras de esa deseada moderación. Algunos jóvenes emergentes en la vida política empezaron por la manía de considerar como 'régimen' fracasado el que nos dimos los españoles tras finiquitar la dictadura con la muerte del dictador. Se ha disparado la idea de que todo hay que tirarlo a la basura o, al menos -los más moderados-, revisarlo. Yo siempre he apostado por los relevos generacionales, entre otras cosas porque la España democrática de hoy, con todas sus imperfecciones y secuestros, las hicimos los entonces jóvenes. Que de ella se hayan aprovechado golfos y maleantes sin cuento -o mejor dicho, con mucho cuento y gruesas cuentas en paraísos fiscales- no significa que haya que tirar por la borda las más largas y tranquilas décadas de nuestra reciente historia.

Los que no habíamos nacido en aquellos tiempos deberíamos leer o preguntar, para recordar lo que significó para España aquél sangriento levantamiento militar de un día como hoy, de 1936, seguramente tan caluroso como el actual, porque de otra forma no se explica que a Franco le diera un golpe de calor 'patriótico' para meter a España en una guerra civil de tan funestas consecuencias. Sólo una insolación podría justificar aquél 'caloré' bélico -que diría la ex alcaldesa de Valencia- para llevar a una nación a ese extremo, abrir las puertas a nuestros demonios internos y llenar un país de víctimas inocentes que, por cierto, todavía estamos echándole tierra sobre la tierra de sus tumbas para no estropear la convivencia, cuando lo peor que puede hacer un pueblo es olvidarse de su pasado cainita.

Las olas de calor son insoportables. Hoy, podemos arreglarlas con aire acondicionado, con un modesto ventilador o largándonos a la playa -los que pueden costearlo-, pero habría que pensar también en que los calores políticos y sociales pueden ser tan letales como los solares. Habría que poner aire acondicionado en muchas cabezas de hoy, para evitar las insolaciones a las que nuestra historia nos ha condenado en demasiada ocasiones. Un país de pies fríos y cabezas calientes no es de fiar.

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