LO que sabíamos era que durante la tregua decretada por ETA que abrió la intentona pacificadora de Zapatero la organización terrorista no dejó de robar armas, extorsionar a empresarios vascos y alimentar el vano empeño de derrotar al Estado democrático.

Lo que ahora sabemos -gracias a las últimas detenciones- es que la cúpula etarra también ordenó a sus comandos que cometieran un gran atentado en Madrid. Lo hizo en junio de 2006, semanas después de que el Congreso de los Diputados autorizase al Gobierno a iniciar el proceso de paz, o sea, a dialogar con la banda. En septiembre ETA fijó el objetivo: la terminal 4 del aeropuerto de Barajas. En diciembre estalló la bomba que se llevó por delante a dos modestos ecuatorianos que iban a recoger a sus familiares.

Es superfluo especular con la idea de que una fracción de ETA fuese partidaria de la negociación y otra de seguir matando, y de ahí surgiera esa contradicción de querer dialogar sin dejar de atentar. En todo caso, se trata de un problema a resolver por ellos mismos. Lo importante, a nuestros efectos, es que no se puede fiar uno de una organización que desprecia la vida ajena, no ahora, sino desde que nació. Su palabra no vale nada. Cuando se declara en tregua no hay que creerle, sino constatar fehacientemente que está en tregua, y el Estado dispone de numerosos instrumentos para cerciorarse de ello y obrar en consecuencia. Y en consecuencia quiere decir, en este caso, cumpliendo estrictamente las condiciones establecidas por el Congreso: no hay negociación sino en ausencia de violencia. (Resolución del Congreso, por cierto, que no ha sido derogada después de todo lo que ha pasado, no me explico muy bien por qué).

Tengo claro que, si todo va bien, llegará un momento en que representantes del Gobierno y de ETA se sentarán a negociar... sobre lo único que cabe negociar, la entrega de las armas por parte de la banda y el futuro de los terroristas presos. De todo lo demás no se puede hablar. Si existe el llamado conflicto vasco, su debate y resolución atañe a las instituciones democráticas vascas y españolas. Este tipo de negociación se corresponde con la única vía explorable por un Gobierno legítimo -la de la derrota de ETA- y con un final de la violencia que salvaguarde la dignidad de la democracia y la memoria de las víctimas, sin por ello prohibirse la generosidad.

Lo demás, es decir, hacerse ilusiones sobre la sinceridad de treguas amañadas, hablar de hombres de paz para referirse a terroristas no arrepentidos y favorecer a los políticos cómplices, parece peligrosa ensoñación: al final te acabas enterando de que, mientras tú soñabas, ellos preparaban otra bomba.

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