Ese París (épica de lo íntimo)

Las texturas narrativas de Patrick Modiano nos remiten a primigenias formas de las nostalgias

Quizá la vida del hombre es la incompleta y singular crónica de un extrañamiento, quizá ahí está la materia medular de la literatura de Patrick Modiano, cuyas texturas narrativas nos remiten a primigenias formas de las nostalgias, allí donde se anudan las primeras imágenes y los sentimientos inaugurales, ese coloquio de las formas que es como una cinematografía memorial, íntima, decisiva e irreparablemente falsa, tenemos dentro una saga de relatos llena de padres y abuelos, perros, calles, desayunos, soledades, músicas, extravíos y fotografías, un acervo que nos contamina, nos determina, nos nutre y nos mata. Hemos conocido con Modiano un París de juventudes perdidas, de trayectos en el índice abisal de las melancolías, de reencuentros entre la confusión y el alivio, de palabras en la penúltima estrofa de la razón, de dolores que se acaban o se multiplican cuando alguien dice un nombre y el pasado arremete con esa voluptuosidad en voz baja de la violencia a la que llamamos recuerdo.

Azares, correspondencias, vidas en su perímetro de desvelo, en su fronda de rutina y disonancia. Anagrama recupera ahora Joyita, que es otra variación en clave menor sobre los litigios de la memoria y sus enigmáticos engranajes. Modiano hace de París un género propio en el que las itinerancias de las gentes, las melodías secretas de la ciudad, el fluir de las conciencias asociado al de las épocas convergen en los centros de un modelo narrativo que habilita el infrecuente espacio, la premiosa acústica de una épica de las intimidades. Modiano hace una música de cámara para los que tienen frío, para el que supo nombrar la madrugada, para los anfibios de la hora tuerta, para los que perdimos el tren.

Interesa precisar que el silencio y la ambigüedad son dos elementos principales para Modiano, de tal manera que siempre hay en el estrato prologal del relato un componente de concreción que va disolviéndose como en un agua que es la gran ciudad, removida por algún conflicto del ser o por varios, y de aquí surge un fundamento relatístico asociado con gozo y con problema a un concepto de lo vaporoso o a una dimensión de lo líquido. Es Modiano un escritor de químicas poéticas, digamos, pero no un escritor de laboratorio. Y la química poética de Modiano nos retuerce significados que ya nos generaban cierto escozor, así que nos incomoda y por eso lo vamos a seguir leyendo, con cautela y clandestinaje, con lentitud, con la indecorosa sospecha, con la sanguínea hipótesis, con la desarmante conclusión de que somos ese París.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios