Si no fuera porque, aunque parezca incierto, existen sectores de nuestra sociedad que piensan de manera muy distinta y perniciosa para todos, a estas alturas de la historia da como una cierta pereza tener que escribir sobre lo que nos pudiesen parecer verdaderas obviedades y ello, como decimos, superados los dos mil años de historia, que son una mínima parte de lo que hasta nuestros días se ha venido considerando tiempo de civilización humana, pues mucho antes, muchísimo más atrás, en tiempos de sumerios y acadios, ya los hombres se consideraban civilizados, quizá por disponer del primer tratado de Derecho, el llamado Código de Hammurabi y tener ya, así, unas elementales normas que rigiesen en algo las relaciones entre unos y otros.

Claro está que eso sería lo que los hombres creían, muchos han venido creyendo y algunos -demasiados aún- siguen creyéndolo hoy día. Las que seguramente no lo tendrían tan claro ya entonces eran, son, las mujeres: Las abuelas, las tías, madres, hermanas, hijas, primas, nietas e inmerecidas esposas. Esos seres que, necesariamente, han venido acompañándonos, desde que el mundo es mundo -y asegurando su persistencia- sin que, por parte nuestra, la de los hombres, hayamos hecho especiales merecimientos a la recíproca para que nos valoren y nos respeten. Porque amarnos; por simples lazos de sangre y porque, aun no existiendo éstos, el corazón femenino es así de generoso; nos aman. Y sin embargo -y además- nos han valorado, respetado y aún amado, como dejamos dicho. Y hablo en general.

Hace años, en una antigua librería de viejo, adquirí un casi desvencijado librito intitulado Pensamientos sobre la mujer. Encontré en él varios centenares de frases, pensamientos cortos, pretendidos aforismos e incluso especie de refranes, todos en torno a la figura de la fémina, firmados por otros tantos sesudos y reputados pensadores -y alguna pensadora- escritores y artistas con cuyas filosofías pude darme cuenta de que, tras ese enorme esfuerzo intelectual, resultaban frustrantes las convicciones de tantos y tan preclaros pensadores, sobre las mujeres. Seguramente ninguno debió de caer en la cuenta que las mujeres, así, en abstracto, sólo deben de ser libres e iguales a los hombres. Pero no porque deban conquistar estas cualidades o condiciones como un trofeo social, sindical o laboral, sino porque lo son, porque todo ser humano nace libre y es, en derechos y obligaciones, exactamente igual a todos los demás, a cualesquiera de los demás. ¿Vale?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios