AYER comenzó la Copa del Rey de baloncesto. Convienen jugadores y técnicos que no es la competición más prestigiosa, pero sí la más fascinante. No está allí el Unicaja, que purga su ausencia en Bilbao con una semana de trabajo en Estepona, en retiro físico y espiritual, peaje por su mala primera mitad de temporada.

El año pasado, el equipo malagueño fue subcampeón tras perder una soberbia final ante el entonces Tau. Y una vez tocó el cielo. Fue en 2005, en Zaragoza. En aquel equipo jugaba un base argentino llamado Juan Ignacio Sánchez Brown, Pepe desde que un entrenador así le bautizó por su parecido con un popular detective de cómic de su país, llamado justamente Pepe Sánchez.

Jugó tres años en Málaga. Baloncestista de culto, no dejaba indiferente. Diríase que veía en cuatro dimensiones, encontraba el hueco justo para ver y dar el pase. A veces, demasiadas para sus detractores, parecía arrastrarse con indolencia sobre la pista. Sus defensores aducían que jugaba con exquisito desdén, con la suficiencia de los superiores.

Llegan noticias desde Argentina de su vuelta a las canchas. Lo hace en el Obras Sanitarias, histórico club que lucha por no descender. Estaba hastiado del baloncesto, pero las musas han vuelto. Mente privilegiada, carácter complicado. Huraño en la primera impresión, un excelente conversador, una vastísima cultura, licenciado en Historia y empresario de éxito. Estas fueron sus primeras palabras en la presentación con su nuevo equipo: "Creo mucho en el deporte como formación de personas. El baloncesto fue el lugar donde me pude empezar a educar y formar. Aprendí a compartir, a disfrutar y también a sufrir. Hice muchos amigos. Ésa es la función primaria del deporte, después los mayores, entre los que me incluyo, distorsionamos esa visión por una suma de cuestiones que van apareciendo". Quizá todos lo olvidamos.

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