El prisma

Javier / Gómez

Pese a todo, Marbella

NINGÚN lugar, de Mónaco a Taormina, de Malibú a los Hamptons, resistiría incólume la imagen de su orondo alcalde repanchingado al borde de un jacuzzi lanzando diatribas, rodeado de las azafatas de una indigna televisión nacional, o abanicándose las mollas en los pasillos de la Audiencia provincial. Sería muy duro para cualquier destino de lujo, de Seminyak a Mauricio, de Saint Tropez a Formentera, salir sólo en los informativos por los ajustes de cuentas de las mafias, por las gracias de una cuadrilla de majaderos en el club playero de moda tirando dom perignons a cuerpos de plástico y tarjeta de crédito. Pocos sitios recuperarían su prestigio tras pasar casi toda su corporación por la trena, tras el romance de su alcalde con una tonadillera y la exhibición de cuernos de su ex por los platós. Marbella lo ha aguantado todo. Una jet set que degeneró de la belleza de Deborah Kerr a la de Gunilla, una sociedad que encumbró a traficantes de armas y a virtuosos del pelotazo urbanístico. Incluso 007, otrora símbolo del buen gusto que huyó del gilismo, nos salió rana. Querríamos creer que Connery se largó porque Gil le plantó bloques delante de su chalé, y no porque tuvo licencia para recalificar. A tal punto llega la cosa que se creó un verbo, marbellizar, para hablar de la corrupción en Baleares.

Marbella ha soportado como penitencia un largo paseo por los vertederos. También el desprecio de los representantes del Estado y de la Junta. El Rey contaba los minutos que le faltaban para volver a Marivent cada vez que visitaba al rey Fahd. Los príncipes no se han prodigado por aquí. No ha habido ni un detalle de la Casa Real o de Moncloa. Hay que ser jarrón chino para veranear en Marbella. Como presidente está mal visto. Siempre queda más sencillo ir al Palacio de Las Marismillas, como si uno fuera duque de Medina Sidonia. Ha calado tanto el estigma en el subconsciente político que traicionó al presidente de la Junta. En su peor metedura de pata, presumió de que él no pasa sus vacaciones en Marbella. Ni su antecesor. Griñán sigue sin pisar una de las principales ciudades de la región, el santo y seña de un sector turístico que aporta casi el 15% del PIB a Andalucía. El mismo sitio al que se le promete desde hace treinta años que algún día llegará el tren.

Ese lugar maldito es el elegido por la mujer de Obama para sus vacaciones europeas. Marbella también se merece un descanso, parar y oler las rosas. Se llaman Michelle y Sasha.

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