Entre el golpe de Estado en Cataluña, los calores y los fuegos, Juana Rivas, Corea y los shows de Trump ha pasado un poco desapercibido uno de los acontecimientos del verano: Piqué ha marcado un gol a favor del Madrid. Viendo a los futbolistas de diseño de ahora uno echa de menos al defensa feo, católico y sentimental de los 80, que después de un autogol pensaba en el suicidio y no en recomponer la expresión y olvidar la pena en Twitter. El defensa de antes temblaba esperando la bronca de Maguregui o David Vidal, pero hoy se lleva el entrenador con silenciador que viste guapo, no habla de los árbitros, va al gimnasio, maneja la ironía y castiga sin ruido. El fútbol es un mundo salvaje y de profundidades fangosas, pero lucha desde hace tiempo por construir una superficie cosmética y cool en la que el central saca el balón jugado, el mediocentro defensivo mete goles, el entrenador viste corbata cara, el juez de línea sabe inglés y el utillero está saliendo con una cantante de los 80.

El primitivismo viril es cosa de otra época y si acaso lo que queda es algún maleducado como Mourinho o Luis Enrique o algún eslabón perdido como Clemente, que paga fianzas con la misma facilidad con que alinea defensas. Pero estábamos en el gol de Piqué, contigo empezó todo, que metió la pierna para salvar pero condenó. Metió la pata, vaya. En lingüística eso se llama ultracorrección: deformación de una palabra por equivocado prurito de corrección, según la RAE, y constato la definición por simple gusto de escribir el término prurito, que está poco usado.

Prurito es el deseo persistente de hacer algo de la mejor manera posible. A Piqué le perdió el prurito como a Clemente, que sacaba ocho defensas para empatar y perdía. O ganaba cuando Julio Salinas se equivocaba y la metía. Piqué quiso despejar y fue como si viera venir a los dragones de Juego de tronos, que ya guerrean y que cuando les habla Daenerys exhiben un prurito que es la pera. A este paso van a fichar a Piqué para que meta un gol en propia puerta a favor de los Lannister, de los que forma parte un estratega locuaz, listo, conservador y bajito. Como Clemente.

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