Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Posdebate

DESPUÉS de recorrer llenos de estímulos y tensiones el predebate, anoche digerimos el debate y hoy nos enfrentamos abiertamente a un largo y decisivo posdebate. No se trata, como pudiera parecer, de las tres partes constitutivas de un único duelo sino de tres unidades independientes, cada una con su presentación, nudo y desenlace. Y por supuesto con su ganador y su perdedor. No estamos como para desperdiciar esfuerzos. Un responsable de la campaña de Mariano Rajoy fue quien puso las cosas en su sitio cuando mantuvo que Solbes y Pizarro empataron en su enfrentamiento, pero admitió que el ministro socialista venció en el posdebate y que esta victoria fue realmente la decisiva.

En el emparejamiento Zapatero-Rajoy, el predebate lo ganó ampliamente el primero. Los sondeos previos concedieron una amplia ventaja al candidato del PSOE. Anoche, por fin, se celebró el debate. A estas horas ya se sabrá quién ganó, si es que hubo un ganador, pues las cincuenta condiciones pactadas entre los contendientes forzaron un contexto tan restrictivo y encorsetado que prácticamente eliminaron el azar. Y esta mañana nos hemos metido de lleno en el posdebate, es decir, en las interpretaciones, exégesis, glosas, paráfrasis y apostillas, que se acometerán desde todos los púlpitos mediáticos, y con todas las herramientas de convicción y disuasión existentes, unas más sinceras y otras abiertamente mendaces, parciales o imparciales, restrictivas o generosas.

En el posdebate se juega mucho más que en el debate. En el debate se está y punto, porque es un hecho objetivo e irrebatible, pero es luego, es decir, hoy, mañana y seguramente también pasado, cuando viene la proclamación definitiva del vencedor, cuando se pone en juego una compleja maquinaria de interpretación y falsificación que debe reblandecer la terquedad de quienes se resisten a admitir lo indiscutible, despejando dudas, aclarando, confrontando y depurando. Un múltiple acto de fe para ¿influir sobre el resultado electoral?

Y ahora una reflexión: Javier Bardem, un actor, un cómico, es decir, un "titiritero", como despectivamente bautizó la derecha española a los artistas y cineastas que han apoyado en algún momento a la izquierda, ganó el Óscar. No es un caso aislado. Almodóvar, otro titiritero, también lo conquistó (Todo sobre mi madre, Hable con ella). Y hay decenas de titiriteros con tantos méritos o más. Es obvio: Bardem no ganó por manifestarse contra la guerra de Iraq ni por alinearse con la izquierda. Pero la derecha española debería reflexionar sobre el abismo que la separa de la cultura. ¿Por qué razón, por qué atavismos?

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