Pregunta sobre valor y precio

Hay dos clases de calamidades: las desgracias propias y la buena suerte ajena, según A. BierceHay dos clases de calamidades: las desgracias propias y la buena suerte ajena, según A. Bierce

La historia, curiosa y amarga al tiempo por lo que se verá, ocurrió así: no hace demasiado tiempo había por unas tierras un ciudadano bastante rico que poseía fincas, inmuebles y negocios, y algunos otros bienes diversos, entre los que se encontraba la solariega imagen de una Virgen, a la que veneraba por encima de todas las cosas y a la que ofrecía especiales cultos, ritos y ceremonias litúrgicas. Soltero y sin hijos, al menos reconocidos, sí tenía nuestro protagonista algunos sobrinos, entre los cuales había uno claramente preferido. Tanto lo era que en la familia muchos pensaban firmemente que, a la muerte del protagonista, este último recibiría todas, o al menos, la mayoría de las propiedades de su tío. Fallecido ya nuestro hombre, el notario abrió el testamento y en él se encontró consignado que, efectivamente, el sobrino predilecto había sido privilegiado por encima de sus otros familiares. A él le había sido adjudicado lo más valioso. Pero ¡ojo!, los caminos de Dios son inescrutables y los criterios humanos muchas veces nos despistan del todo. Porque eso, lo más valioso, era la imagen de la Virgen y esa fue su única herencia. Las fincas y demás bienes, mundanos al fin y al cabo, pasaron al resto de los sobrinos. Apenas importaban.

Una historia que suscita y sugiere un montón de reflexiones, contrastes doctrinales, servidumbres sociales y paradojas sin límite. Cabe preguntarse si el sentido moral que subyace presenta en toda su radicalidad un grave desajuste social e ideológico sobre lo que vale y no vale, lo que interesa a unos y otros, lo material y lo simbólico. De todas maneras parece obvio que el cuento y su consumación han roto y quebrantado el esquema conceptual valorativo que la colectividad manifiesta culturalmente, rectificando todas las expectativas que tenían los sobrinos respecto al desenlace final. Unos y otro. Todos.

Dice Adam Smith, en el libro sobre los sentimientos morales, que los nuestros sobre la belleza de cualquier tipo están tan influidos por la costumbre y por la moda que cabe pensar que los relativos a la belleza de la conducta también lo estén sobre manera. Hay dos clases de calamidades: las desgracias propias y la buena suerte ajena, asegura el diccionario del Diablo de A. Bierce. ¿Es entonces este caso sólo una calamidad afectada de esa forma o tiene otro alcance? ¿Acaso aplicamos siempre lo de valor y precio de A. Machado?

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