Recuerdo que, de niño, me encantaba ver a los legionarios, tanto en las procesiones como el parada militar del 12 de octubre. Supongo que yo era un pequeño muy sentimentalón y españolete, en una familia moderadamente española, más pendiente de otras cosas que de la bandera, pero en la que no había conflicto alguno con sentir los símbolos más conocidos de la españolidad. Demócratas todos, pero españoles, supongo que tan demócratas, tan moderados y tan españoles como los padres malagueños que el otro día accedieron encantados a que los legionarios entraran en la zona hospitalaria donde están siendo tratados sus hijos para que le cantaran su himno e hiciesen sentir a los chavales lo mismo que siente cualquier pequeño cuando los soldados acompañan al Cristo de Mena. Cualquiera que conozca un poco Málaga y sus cofradías sabe lo que esto significa para la chiquillería.

Hay gente, sin embargo, que de esto no sabe una leche, más que nada porque las procesiones no les gustan, cosa muy respetable, y cuando hablan del asunto lo suelen hacer de oídas y con argumentos más sectarios y aprovechados que de otra índole, cosa que ya no es tan respetable. Y ellos son, como no podía ser de otro modo, los que chillan por el hecho de que los legionarios acudiesen al hospital para cantar su El novio de la muerte, un himno muy popular que se escribió en 1921 y que escuchado hoy transmite ese tono melodramático y ñoño tan de la época, hoy demodé. Himno que forma parte de la carga simbólica un poco teatral que tiene la Legión, y que es sólo eso, recuerdo de los orígenes de un cuerpo hoy útil para la defensa de las libertades. De niño, ya digo, me hubiese encantado escucharlos de haber estado enfermo, y para nada hubiese pensado que hacían un guiño a mi muerte, pero tuve en la vida la enorme suerte de no estar enfermo en la niñez y de criarme con unos políticos menos avinagrados y mesiánicos que estos, algunos de los cuales se toman potes y pintxos con el Carnicero de Mondragón, asesino del niño José María Piris, y luego se echan las manos a la cabeza y hablan de prohibiciones por el melodrama hímnico. Españoles en conflicto con España que, los pobres, en su pecado llevan la penitencia con la buena fortuna de que hoy a ellos nadie les impedirá que a sus hijos se les cante, si lo desean, la Internacional. Duro debe ser, en fin, esto de existir cuando uno se dedica más a prohibir y adoctrinar, cosa de comunistas, tiranos, fascistas y curas antañones, que a vivir y a dejar vivir.

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