La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Psicobutifarra

Un Estado no puede tolerar que una parte de él declare la independencia a la vez que la deja en suspenso para dialogar

Hitchcock con barretina. Psicobutifarra. Tarde de suspense. Un país entero -y con él Europa- esperando hace 10 días que Puigdemont proclame o no la independencia. Llegado el día, a esperar a las 6. Llegadas las 6, a esperar a las 7. Los periodistas intentan escudriñar qué pasa en la reunión a puerta cerrada pero a punto de reventar dada la afluencia de invitados especiales que no son parlamentarios, desde líderes de asociaciones independentistas hasta Artur Mas. Es difícil informar de un golpe al Estado con todos sus intérpretes -golpistas y Gobierno- moviéndose en cámara lenta. Y es más difícil aún informar seriamente de una bufonada que, sin dejar de ser grotesca, tiene temibles consecuencias.

Llegadas las 7, sigue sin pasar nada. Es lo que tienen los parlamentos bananeros dominados por niñatos antisistema: son impuntuales porque todo es imprevisible. Suena el timbre que avisa a los diputados. Más oportuno sería que sonara el saxofón de Gaby y los payasos de la tele o la bocina de Harpo Marx. Se está superando la bufonada berlanguiana de Tejero. Es indignante que un país esté pendiente de este circo cutre. Llegadas las 7:10 aparece Puigdemont en plan pantojista de "¡dientes, dientes, que es lo que les jode!". No es casual: el Parlament está dejando chico al Ayuntamiento de Gil y Cachuli. La multitud independentista sigue el show a través de grandes pantallas instaladas en el exterior del Parlament. Las 7:13, Puigdemont relee sus papeles en el escaño como un pregonero que en el último momento, mientras suena Amargura, se diera cuenta del churro ripioso que tiene entre manos. Las 7:18, comparece y empieza a mentir. Antes de cinco minutos suelta por primera vez su palabra favorita: "pueblo". Ya saben: "Ein Volk, Ein Reich, Ein Führer". Sigue la hemorragia de mentiras en catalán y castellano. Sin vergüenza. Sin pudor. Y hasta sin valor. Al final se pone la careta del político responsable, declara la independencia y la suspende sine díe. Para dialogar. Para que intervengan los por lo visto muchísimos mediadores. ¿Permitirá el Gobierno de España que prosiga esta mascarada? Mal haría. Porque si Puigdemont sigue haciendo impunemente el payaso Augusto y el Gobierno no interviene, Rajoy no puede evitar convertirse en el clown blanco. Un Estado no puede tolerar que una parte de él declare la independencia a la vez que la deja en suspenso para dialogar.

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