ANDAMOS ya en precampaña y se empiezan a perder las formas. Resulta chocante, por ejemplo, que cuando faltan apenas horas para que se llegue a un importante acuerdo entre el Gobierno y el PSOE en materia antiterrorista, Pedro Sánchez arremeta con tanta virulencia verbal contra Rajoy, como si no le importara aparecer poco más tarde junto a él para revalidar un pacto a pesar de que aparentemente le tiene en el peor concepto. En la vida normal cuando se está en contra o a favor de alguien se está a muerte, y no se sale de casa pensando si toca ser poli bueno o poli malo.

Curioso, por ejemplo, advertir que quienes han puesto a caldo a Sánchez hace sólo un par de días le han aplaudido a rabiar en Valencia, por si acaso supera la actual situación de crisis y el secretario general de afianza en su puesto. Pero también se advierte algo parecido en el PP, donde han sacado los cuchillos y navajas porque se deciden ya los candidatos a alcaldías y parlamentos autonómicos, y a medida que se ve que se confirman algunos nombres que parecían descartados, los mismos que les ponían de vuelta y media se apresuran a salir en la foto y elogiar sus muchas virtudes.

Falta pudor, pero suele ocurrir en fechas en las que se juegan biografías. Se olvidan reproches y críticas con velocidad de vértigo, y con frecuencia se olvida también la vergüenza. En la derecha y en la izquierda, ese tipo de comportamientos se ve en todas partes; ni siquiera los recién llegados de Podemos pueden presumir de ir de frente y a pecho descubierto. Todo periodista que haya tenido oportunidad de cambiar impresiones con algunos de sus dirigentes, o aspirantes a dirigentes, cuenta con algún episodio en el que ha escuchado comentarios hirientes de algunos de ellos sobre compañeros que creían en declive y a los que ahora alaban sin mesura porque han comprobado que sobreviven a pesar de los errores cometidos.

Es un clásico el ministro de Felipe González que, cuando le preguntaron si sería candidato a la Presidencia de una comunidad autonómica, como se rumoreaba, respondió que no le mandaban para allá ni escoltado por la Guardia Civil. Cuando unos días más tarde se anunció su candidatura, declaró que era la ilusión de su vida, lo que siempre había soñado. Y lo dijo mirando sin parpadear a alguno de los que le habían escuchado su alegato anterior. Como ocurrió años después con otro compañero suyo, y con otro dirigente del PP, que vivieron exactamente la misma situación.

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