LO mejor que se puede decir de los protagonistas del cara a cara de anoche es que no se hizo largo. Lo peor, que los aparatos de los dos partidos encorsetaron tanto el formato que acabaron transformando el debate en una sucesión de monólogos tasados.

Zapatero y Rajoy estuvieron a gran altura, con la lección bien aprendida acerca de las cuestiones que a cada cual interesaba destacar y de las trampas que había que sortear. Ambos fueron conscientes de que su necesidad más perentoria era no meter la pata: ni excesivamente agresivos, pero firmes, ni demasiado solemnes, pero graves.

El debate ratificó que a Zapatero le quieren más las cámaras de televisión. Rajoy evidenció un punto de mayor nerviosismo, y Zapatero, más desenvoltura. El presidente ganó a los puntos en la puesta en escena de sus mensajes, y el aspirante a sustituirle ofreció algo más de contundencia.

No hubo novedad en los contenidos. Zapatero eludió la confrontación más directa en los ámbitos en los que su gestión flaquea (educación, inmigración, estatutos) y Rajoy rehuyó los fiascos de su trayectoria (11-M, Iraq, políticas sociales). La tensión se disparó, como era previsible, en la lucha contra el terrorismo y el proceso de paz con ETA. En cuanto al otro gran asunto, la economía, hicieron tablas usando trucos: Zapatero se refirió a los datos de toda la legislatura, y Rajoy a los datos de los últimos meses. Había materia para uno y para otro.

Una conclusión: queda partido que jugar antes del 9-M.

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