La tribuna

Gonzalo Sichar

Quitarse el corsé

LA política tiene virtudes como que hay tantas ideas como personas. Lo malo es que pocos hacen uso de sus ideas. Hay quienes diciendo que les preocupa la política e interesándose por los asuntos políticos no tienen ideas, sino que se limitan a seguir a pies puntillas a un líder. Y así unos presumen de izquierdistas y modernos y para ello tienen que ser políticamente correctos con lo que la izquierda ha decidido que es progresista.

Otros, que se consideran de derechas, pero que no lo pueden decir porque está mal visto incluso por casi toda la derecha, tienen que decir que son de centro. Éstos acomplejados tienen que distanciarse de la izquierda para que se sepa que no son tales pero tampoco pueden llegar a expresarse libremente a menos que sepan que están rodeados totalmente por personas afines.

Los primeros, entonces, tendrán que reclamar la legalización del aborto (y cuanto más libre más progre), apoyar las negociaciones con terroristas, ser cuanto menos condescendientes con dictaduras como la de Fidel Castro, ser ateos o agnósticos y tolerantes con los musulmanes y sólo anticlericales contra los católicos, ser republicanos (si eres de centro izquierda tienes la concesión de poder ser juancarlista), tener como tema tabú cualquier recuperación de competencias por parte del Estado, ver cine español, estar de acuerdo con la ley de paridad, dar máximo interés a las políticas sociales, preferir una coalición con nacionalistas a pactos de Estado con la derecha (a pesar de que el nacionalismo sea burgués y por tanto de derechas, y además excluyentes y con no pocas dosis de racismo cultural) y nombrar a nuestro país como Estado español. Además, en no pocas manifestaciones hondearán la bandera preconstitucional republicana y nunca la bandera constitucional española.

Los de derechas, que nunca lo dirán sino que, repito, se autodefinirán como de centro, estarán en contra de la legalización del aborto en todos sus casos (aunque no se atreverán a hacer un marcha atrás), renunciarán a cualquier diálogo con terroristas (sobre todo si están en la oposición), no denunciarán a dictaduras como la de Pinochet y mucho menos la de Franco, serán católicos e intolerantes con los musulmanes y con los ateos, serán monárquicos (aunque quizá no juancarlistas), verán cine de Hollywood, dirán que todo nacionalismo en el fondo es terrorismo (aunque cuando no les quede más remedio se coaligarán con ellos), tomarán como una parida la ley de paridad, la política social no les llegará a quitar el sueño y gritarán, más o menos alto, dependiendo de las circunstancias: "¡Viva España!". Además, no permitirán que en sus manifestaciones se les cuelen jóvenes de extrema derecha que hondeen la antigua bandera constitucional -recordemos que nuestra Constitución se juró bajo la bandera con el Águila de San Juan- y llevarán la bandera constitucional española como si fueran los únicos que tienen derecho a portarla.

¿Y esta es la libertad que quieren los políticos para nuestra democracia? ¿No saben los políticos que también hay ciudadanos que no están encorsetados y que comparten algunos valores de la izquierda, y sólo algunos, y otros de la derecha, y sólo unos?

Por eso, porque los partidos tradicionales no entienden la transversalidad, desde la derecha se empeñan en decir que UPyD es de izquierda, para que no les quitemos los votos, y los de izquierda se empeñan en propagar que somos de derecha, para que quitemos los votos a la derecha. Qué pena que no sepan que los votos son de los ciudadanos (sinónimo de personas para los griegos, aunque nacionalistas como Ibarretxe hagan diferencias) y no de los partidos políticos. Qué pena que no sepan que hay ciudadanos del siglo XXI que no se rigen por parámetros que sirvieron en el siglo XIX y en el XX.

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