en tránsito

Eduardo Jordá

Radiografía moral

LEYENDO las biografías y las declaraciones de algunos de los implicados en el caso de Marta del Castillo, se puede hacer la radiografía moral del mundo en el que viven ellos y quizá también nosotros. ¿Y cómo es este mundo? Paso a describirlo.

Un mundo de familias rotas o desunidas o ausentes, y de hijos que no se sabe muy bien por qué se tuvieron, y lo que es peor, que nadie parece responsabilizarse de haber tenido. Un mundo en el que una madre deja que su hija de 14 años conviva en su propia casa con un chico de 20 al que apenas conocen ni ella ni su hija. Un mundo en el que dos jóvenes que han terminado la ESO dicen "po sí" en vez de "pues sí" cuando declaran en un juicio televisado. Un mundo de fotos colgadas en Tuenti y de ropa de Mango que se exhibe como si hubiera sido comprada en un local de lujo. Un mundo en el que una adolescente de 14 años se chulea ante la Policía porque "ha mentido y puede mentirle a cualquiera". Un mundo en el que no existen la esperanza ni la ambición, y en el que nadie parece haber soñado nunca con encontrar un trabajo mejor, o aspirar a hacer algo decente en la vida, aparte de ir de un lado a otro con veinte euros en el bolsillo. Un mundo en el que la madre de un chico de 15 años no le da ninguna importancia al hecho de que su hijo lleve una navaja encima o le coja el coche cuando le dé la gana. Un mundo en el que no existe la idea de futuro, ni siquiera inmediato, así que nadie planea nada ni se propone nada, sino que todo se improvisa según vayan surgiendo las cosas. Un mundo en el que nadie -ni jóvenes ni adultos, ni padres ni hijos- parece tener la más mínima noción de la responsabilidad individual, ni mucho menos de las consecuencias que se derivan de los actos individuales. Un mundo en el que ningún padre o madre le dice a su hijo adolescente a qué hora debe volver a casa, ni le pregunta cómo ha pasado la noche, ni con quién, ni qué ha hecho durante todo el tiempo que ha pasado fuera de casa. Un mundo en el que no existe una idea clara de lo que es una casa, ni propia ni ajena. Un mundo de domicilios siempre provisionales y de trabajos siempre provisionales. Un mundo de silencios y de puertas cerradas y de webcams en marcha y de teléfonos móviles siempre conectados. Un mundo en el que ningún adulto pregunta y en el que ningún joven responde, y en el que ni adultos ni jóvenes quieren saber nada los unos de los otros. Un mundo en el que siempre hay una tele encendida al fondo de la sala, en la que se emite siempre el mismo programa tóxico de Tele 5. Un mundo en el que nadie parece plantearse que la vida puede mejorar si uno se toma el esfuerzo de intentarlo. Un mundo en el que nadie parece consciente de que pueda existir otra clase de mundo y otra clase de vida. Y no hay más. Éste es su mundo. Y quizá también el nuestro.

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