CADA uno se divierte a su manera. Cuando mis compañeros de colegio se enorgullecían de haber hallado la alineación perfecta del Real Madrid, yo me interesaba por otra quinta de buitres: Jomeini, Noriega, Thatcher, Pieter Botha, las eventuales momias de la URSS, Honecker, Pinochet... La parada de los monstruos no imaginaba que acabaría desfilando en los funerales de la guerra fría, que se llevaba consigo nuestros temores, pronto sustituidos por otros nuevos. Como en los culebrones, los personajes cambian cada temporada pero siempre pasa lo mismo.

Algunos siguieron dando y recibiendo guerra después de que el nunca bien honrado Mijaíl Gorbachov desmontara el tenderete soviético. Otros ya sólo salen en el Canal de Historia. De Ronald Reagan queda un aeropuerto con su nombre y una pretendida imagen de modélico liberal, cuando sus gastos militares dispararon la deuda pública del país como nunca antes. Gorbachov posa para Louis Vuitton. ¿Y qué fue de aquel Muamar el Gadafi, gerifalte libio y amparo de terroristas que hizo de malvado de guardia hasta que lo reemplazó Sadam Hussein? La presión estadounidense, que incluyó un bombardeo en el que mataron a su hija, lo amedrentó y pese a seguir encabezando un régimen impresentable su arrepentida oposición a los islamistas le ha proporcionado el perdón de los pecados y la conversión en lo que Truman llamaba "un hijo de tal, pero de los nuestros".

Pues ayer mismo, después de una cena en Sevilla con José María Aznar y señora, se presentó en Málaga. No es de extrañar. Gadafi es el mayor latifundista de la Costa del Sol: 6.500 hectáreas entre Benahavís, Estepona, Pujerra y Júzcar. Los reventadores de cajeros empalidecen ante ciertos tipos. Al rey Fahd, monarca feudal de Arabia Saudí, se le reverenciaba en Marbella por contratar sirvientes y por sus propinas en petrodólares; Monzer Al Kassar, que vendía armas a EE.UU., Croacia o Irak sin despreciar a nadie, vivía como un sultán en el palacio Mifadil de Puerto Banús; su colega Adnan Kashoggi, lavandero de los bienes del sátrapa filipino Ferdinand Marcos, amarraba cerca el "Nabila", una chalanilla en la que celebró sus 50 años con todo el pijerío residente. No somos los únicos españoles cautivados por el star-system de la vergüenza internacional. Manuel Fraga paseó a Castro entre pinos gallegos para enseñarle la casa de su familia y arrancar unas inmotivadas lágrimas al piloso dictador.

¿Corrupción en Málaga? ¿Alcaldes chorizos? Bah. Descuideros que meten mano al cepillo, niños que roban dulces cuando el quiosquero no mira, caraduras que piden céntimos para comprar un cartón de leche. Son los otros nuestros enemigos, los enemigos de los hombres. Y les damos la bienvenida con platillos y bombos, vestidos de corto y de faralaes y cantando aquello de "os recibimos, grandes tiranos con alegría, ole mi mare, ole mi suegra y ole mi tía".

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