Hay un matiz kafkiano en el empeño del alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, a la hora de hacer ver que lo de las multas a los colegios por exceso de ruido "no tiene mayor importancia" y en su idea de achacar las sanciones a la "maquinaria administrativa", como si las multas se pusieran solas, sin intervención humana. O más bien parece una novela de Philip K. Dick: de su infracción nuestros responsables municipales no saben nada, pero aquí tiene usted la dolorosa para que vaya apoquinando. Luego, claro, sugiere De la Torre que no hay problema, que habrá un acuerdo, que se estudiará la manera, que será la última vez, de verdad que sí, pero mientras tanto las multas, con alegaciones y todo, continúan vigentes. Así que a pagar tocan. De modo que ahora ponernos estupendos y decir que no, tonto, que era broma, pero esta ciudad ha entonado aquello de niño deja de ya joder con la pelota, ha bajado al patio y ha pinchado el balón para poder dormir la siesta, con lo cansados que estamos, sin reparar en el ridículo que Málaga hacía delante de toda España. Pero la peor expresión de cinismo no es ésta de te multo pero no te pongas así que no es para tanto, anda, si lo más seguro es que ni siquiera tengas que pagar; la peor procede de la consideración de que no son precisamente los niños que hacen deporte en su colegio por las tardes quienes con más saña vulneran la normativa municipal de ruidos. Adivinen quién es el primero en incumplirla. Exactamente: el Ayuntamiento de Málaga. Así sucede en la gestión del ocio en el centro de la ciudad, donde diariamente se concede autorización expresa a actividades musicales, festivas y de diversa índole pachanguera, mucho más allá de la Feria, cuyo nivel de ruido supera con mucho el máximo permitido. Estos días los ejemplos cunden a mansalva, no sólo por el tronío del dichoso túnel lumínico de Teresa Porras, que cada día hace temblar los muros de la calle Larios (no exagero, trabajo aquí, sé lo que digo), sino por todos los animadores que con el beneplácito de la municipalidad convierten en una jauría difícilmente soportable cuanto transcurre entre la Plaza de la Marina y la de la Merced. Luego, el propio Consistorio tiene la idea de entoldar la misma superficie, íntegramente, para sofocar el ruido de bares y terrazas. Y tan frescos.

Dirá el lector: ya está aquí el abuelo al que parece molestarle el peso de una mosca. Bien, así es. Pero caben dos apuntes al respecto. El primero es que el hecho de que Málaga sea una ciudad tan ruidosa no obedece a una desgracia inevitable sino a una pésima gestión del asunto. Es posible llenar el centro de actividades de ocio con mucho menos estruendo, tal y como se demostró, por ejemplo, en los conciertos callejeros del pasado Festival de Jazz, con cerca de un centenar de actuaciones en calles y plazas a ras de suelo y ni una sola queja de los vecinos; pero la actitud del Ayuntamiento parece ser la de hacer oídos sordos, nunca mejor dicho, a cualquier alternativa que debiera ser tenida en cuenta, aunque sea precisamente por la calidad de vida de los propios habitantes del centro. El segundo sirve para afirmar que vale, de acuerdo, compramos la moto y aceptamos el ruido, lo sufriremos como merecida penitencia por el bien turístico de la ciudad y su santa madre. Pero entonces, hombre, no les fastidien la fiesta a los niños. Menos lobos. Quid pro quo y tan amigos.

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