DESPUÉS de varias semanas en las que la actualidad informativa malagueña ha permanecido relegada a un segundo plano por el terremoto de Japón, la alarma nuclear o los bombardeos de la coalición aliada sobre Trípoli, hace unos días, por fin, Málaga recobraba su cuota de protagonismo. Es la consecuencia directa de tener a políticos de tanta valía. Políticos que convierten una sesión plenaria en todo un ágora. Políticos que respetan a sus compañeros. Políticos que demuestran una educación absoluta. Políticos que se asoman a la ventana de la ciudad y que pulsan su realidad. Políticos que sueñan con el avance de su tierra. Políticos de verdad, íntegros, capaces y hasta leales. Mis sueños. ¡Qué lejos estamos de la realidad! Tanto que algunos ni se dan cuenta. O más bien, no quieren darse cuenta. Es el peaje que debe pagar la sexta ciudad española para lograr su cuota de protagonismo.

Espectáculos como los de la pasada semana en el Pleno solo ayudan a que la brecha entre la clase política y su ciudadanía se alargue aún más (con excepción de las famosas plañideras, algunas, por cierto, parece que con sueldo municipal). A que los votantes (críticos) no tengan motivos para votar porque lo que ven es tan nauseabundo que prefieren hasta guardar su voto.

Lo peor de todo es que el circo acaba de comenzar. Y por eso cuando uno ve a Basagoiti por Málaga (también me serviría el ejemplo de Patxi López) uno no puede sentir otra cosa que envidia al mirar al País Vasco. Como me decía el sábado mi compañero Pablo Bujalance, el mensaje de presentación de Basagoiti en su Twitter terminaba con una frase muy sencilla. "¿En qué te puedo ayudar?". Toda una declaración de intenciones pensamos algunos. Aquí se estilan otros mensajes.

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