Ojo de pez

pablo / bujalance

Segunda muerte

DEJÓ Menandro por escrito: "Así he conocido muchos casos de hombres que, aunque no eran bribones por naturaleza, llegaron a serlo, por necesidad, a través de la desgracia". Aplicado el testimonio a los territorios, habría que hablar necesariamente de Andalucía. Poco iba a sospechar Federico García Lorca que tendría una segunda muerte en Granada, pero así ha sido: el fiasco del centro bautizado con su nombre y a su memoria en la ciudad, construido después de décadas surcadas de mucho ruido y pocas nueces y cerrado a cal y canto un mes después de la fecha señalada para su inauguración, representa con fidelidad el devenir de la política cultural que las instituciones públicas han venido aplicando en los últimos lustros; así que nos queda, al menos, su valor ilustrativo. Al caso no le falta ningún ingrediente: presupuestos disparados, sobrecostes inasumibles, empeños megalómanos en plena catástrofe del ladrillo, gerentes sin formación y en paradero desconocido, fondos europeos que se perdieron en vaya usted a saber qué plato de gambas, incapacidad manifiesta de alcanzar un acuerdo mínimo entre las administraciones central y autonómica, misteriosos inversores de los países nórdicos y un agujero de once millones de euros aparecido de un día para otro. Todo un alarde, sí, al servicio de la desgracia.

Resultaba evidente que el nombre de Federico era lo suficientemente goloso como para convocar a su sombra a bienintencionados próceres y aprovechados sietemesinos con igual amplitud, sin criterios ni selección, lo que delata poco amor puesto en el proyecto. El problema es que aquí quien no se lo ha llevado calentito ha pecado de ingenuo o, directamente, de mirar para otro lado mientras se producía el expolio con tal de salvar los restos sin que el nombre del poeta quedara manchado más de lo necesario. Ahora ya sabemos que la Fundación Lorca era incapaz de gestionar un gigante de tal calibre, pero habría estado bien una mayor determinación antes para poner las cartas boca arriba. Ahora sólo queda un inmenso espacio vacío y mucha vergüenza.

También debería servir el suceso para llamar la atención sobre la gestión de los fondos europeos, una tarea encomendada generalmente a entidades constituidas por los ayuntamientos de escasa transparencia, desconocidos propósitos y remota ubicación. Que los grandes proyectos culturales se conviertan en enormes alfombras bajo las que esconder la basura obedece a un modelo clientelista, caduco y chanchullero que debió haberse corregido en la Transición. Dos muertes deberían ser suficientes.

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