Postales desde el filo

Sentimientos

El problema no es el 155 sino las medidas que tendrán que implementarlo para su aplicación

Parece que sea verdad que la historia sólo se repita como farsa. Resultó muy cómico ver en la solemne sesión del Parlament a un Puigdemont, tocado por la historia, intentando complacer por igual a los que exigen una inmediata declaración de independencia -el acrónimo DUI pretende vaciar el sintagma de su belicoso significado- como a los que sintieron el vértigo a última hora. Aunque no hay que descartar que la farsa acabe en tragedia. Como el independentismo en su barbarie no respeta ni lo más sagrado, ha tenido que salir al paso Juan Marsé del intento de manipulación del poema que le dedicó Gil de Biedma Noche triste de octubre. Algo que hay que agradecer al autor deÚltimas tardes con Teresa. Aunque el poema del poeta barcelonés que deberían haber escogido los indepes es aquel que dice en uno de sus versos "…algo así como España entre dos guerras civiles". Porque ¿qué otra cosa, que no sea un nuevo enfrentamiento civil, buscan quienes están empeñados en volar toda la arquitectura jurídico política que permite nuestra convivencia?

El problema no es el 155 sino las medidas que tendrán que implementarlo para su aplicación. El 1-O puede ser el avance de lo que nos espera, ya que el independentismo sólo busca imágenes violentas que añadir a su álbum de agravios. Ya hemos visto como las instituciones europeas, en su insoportable levedad, no resisten las imágenes reales o manipuladas de policías porras en mano con las que el independentismo inundó las redes sociales. Menos mal que nos queda Charlie Hebdo. La revista satírica francesa es uno de los pocos medios internacionales que se ha aplicado con rigor a revelar la verdadera naturaleza que esconde, bajo las capas del engaño, el desafío secesionista: la de otro purulento foco infeccioso de nacional-populismo en el corazón de Europa.

Vivimos tiempos de sentimentalismo tóxico. Cualquier argumento se estrella ante la apelación a los sentimientos de los dos millones de catalanes que quieren la independencia. Supongo que debería producir el mismo efecto que los de los millones de catalanes que no la quieren. O los sentimientos de los más de cuarenta millones de españoles contrarios a la secesión de ningún territorio. En las elecciones alemanas casi seis millones de ciudadanos votaron a un partido nazi ¿qué hacer con sus sentimientos? ¿Deberían las autoridades europeas pedir al gobierno alemán que se siente a negociar la reapertura de Auschwitz?

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