HAY muchas formas de describir la quiebra de la aerolínea Spanair. Hay quien cree que es un fracaso del nacionalismo catalán porque la compañía fue ideada para abanderar el transporte aéreo y convertirla en símbolo del país y de sus aeropuertos; hay quien describe el cierre como un fracaso del Gobierno tripartito, porque siendo Montilla presidente apadrinó con generosidad el proyecto. De hecho, en 2010 la Generalitat pagó 10 millones por un puesto en el consejo. Otros, sin embargo, creen que quien ha cerrado la empresa ha sido Artur Mas, que entregó nada más llegar a la compañía otros 10,5 millones a través de un crédito urgente. Nadie sabe qué fue de ambas ayudas. Los analistas aseguran que es difícil seguir la pista del dinero público una vez que se entrega. Pero más allá del análisis político, la quiebra sobre todo supone un fracaso empresarial y, más que nada, un descalabro absoluto del altruista sistema de ayudas que ha imperado en muchas comunidades españolas y del que se ha beneficiado un exiguo pero escogido grupo de emprendedores más o menos afines al color político que en ese momento teñía el poder. De todas esas formas (y algunas más) se puede explicar la quiebra pero ¿cuál sería la más idónea para convencer a alguno de los 5,3 millones de parados españoles o a los pacientes que ahora sufren los recortes sanitarios?

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