Sufrido país

Ni hay que avergonzarse, ahora, por los antiguos males de la sufrida España, ni exhibir sentimientos trasnochados

El pasado de este país nuestro está repleto de personajes y episodios negros y sórdidos, de recuerdo nada estimulante. Pero si se establecen unas tablas comparativas, nada indica que las opresiones y las injusticias hayan sido más drásticas que las practicadas, en épocas y situaciones similares, en otras naciones del entorno. Sin embargo, esa mirada crítica hacia atrás -necesaria siempre para que la historia sirva de aprendizaje- en España ha producido una herida y un malestar del que no hemos logrado recuperarnos. A esa visión negativa, se ha unido, además, un sentimiento de culpa ante una serie de fracasos: el de una verdadera industrialización a su debido tiempo, el eterno aplazamiento de la necesaria reforma agraria, y cientos de ejemplos que delataban que el proyecto de modernización, puesto en marcha desde el siglo XVIII en Europa, no se pudo llevar a cabo porque unas manos negras y reaccionarias lo impidieron. En todo eso hubo algo de cierto, pero parece desmesurada la forma de arrastrar todavía una visión dolorosa y melodramática de este país por haber faltado a cada una de sus citas con lo que se considera la historia canónica europea.

Aquellas expresiones de los regeneracionistas decimonónicos "me duele España", "los males de la patria", "la sufrida España", estaban más que justificadas porque estimulaban la crítica y las reformas, pero lo preocupante es que se hayan mantenido, casi dos siglos después, interiorizadas en un supuesto inconsciente colectivo. Y que todavía hoy se instrumentalicen, en unos casos buscando su efecto fatalista y paralizante, en otros, para que algunos se presenten como nuevos mesías y salvadores, y finalmente, aparecen los que dicen querer marcharse para rehacer una idílica historia sin las manchas anteriores.

Por fortuna, ya algunos hispanistas mostraron que ni la Inquisición española fue más siniestra y pérfida que otras inquisiciones colindantes, ni Felipe II más despótico que otros monarcas absolutista europeos. Y en las últimas décadas una buena serie de historiadores españoles han argumentado que las fobias de las leyendas negras ni fueron tan negras, ni deben provocar mala conciencia en unos ciudadanos del siglo XXI, ni determinar negativamente sus nuevos proyectos. Por tanto, ante los retos que se avecinan, ni hay que avergonzarse, ahora, por los antiguos males de la sufrida España, ni exhibir sentimientos trasnochados. Ahora ya sólo cabe actuar como lo que somos: ciudadanos modernos, libres y democráticos.

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