Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Taller de piropos

Un poeta se atrevió a decir que Isabel la Católica, de nacer antes que la Virgen, hubiera sido elegida Madre de Dios

No estaría nada mal abrir un taller de piropos en la red. Para acabar con los exabruptos de andamio, como el famélico "te comía hasta la gomilla de las bragas". Echaríamos mano de los escritores que han dedicado, con unas u otras intenciones, halagos a la mujer. De la época en la que los hombres escribían como los dioses, o los dioses escribían como los hombres, tomaríamos ejemplos que pasarían hoy sin dificultad, pese a su incorrección, las pesquisas de género y facilitarían nuestra tarea. En el Cantar de los cantares se puede leer "una yegua de los carros del faraón / me pareces amiga". Y, también, este otro que relaciona a la amada con el agua, uno de los cuatro elementos de la Tierra: "Oh fontana del oasis oh pozo de aguas vivas / Oh Líbano de cascadas". Los halagos que Homero dedica a la mujer, tampoco son grano de sésamo. De Helena, afirma, ni más ni menos, que "su figura crea erección en los hombres". Las alabanzas que en la letanía se dedican a la Virgen, pueden ser calificadas de piropos a lo divino y algunas, de exageraciones que rozan la blasfemia. No, Torre de marfil o Casa se oro, pero sí, Puerta del Cielo, como si el propio Cristo no fuera el acceso más cualificado. Blasfemo, también, Calixto, cuando en La Celestina remeda el Credo, al confesarse adorador de Melibea: "¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro, y en Melibea creo y a Melibea amo". ¿Lo más de lo más?: el poeta de cancionero que se atreve a decir que, de haber nacido Isabel la Católica antes que la Virgen, la reina hubiera sido la madre de Jesucristo. Vemos como bajo la capa del Arte, el gran alcahuete de todos los pecados, se esconde el exceso y la brutalidad: Sebastianitos en cueros, atravesados por venablos de Cupido, magdalenas desmayadas, teresas de Ávila abducidas por el gozo, faunos violadores, dioses raptores, degüellos y masacres. Todas estas imágenes de perdición son permitidas y disfrutadas por reyes, confesores y teólogos. De ahí, mi idea de crear un taller. En él enseñaré a modular artísticamente las expresiones brutales del deseo de los hombres, de tal manera que pasen todas las inspecciones y obtengan todos los permisos. Corro el peligro de que se me tilde de viejo verde por esta iniciativa, pero les aseguro que este olmo seco, casi centenario, no espera ya un milagro de la primavera. Aunque tampoco hay que ponerse en lo peor.

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