análisis

Juan Bosco Díaz-Urmeneta

Tàpies, testigo del siglo XX

TÀPIES es referencia obligada del arte del siglo XX: una potente voz de la modernidad, cuando ésta estaba a punto de buscar otros territorios en el arte. Su obra -y su pensamiento- dan por eso mismo un notable testimonio de las ambiciones modernas y también de las limitaciones de esos ideales.

Nacido en una familia liberal y catalanista, aún adolescente ayudaba a su padre, que trabajaba para la Generalitat en temas relacionados con la imagen. Eran los años de la Guerra Civil y Tàpies nunca abandonaría las propuestas democráticas de los vencidos.

Fue un autodidacta. Comenzó a estudiar Derecho, aunque hubo de interrumpir los cursos a causa de una enfermedad que le obliga a largos meses de reposo. En el forzado descanso, simultanea la lectura con el dibujo. Si algunos de los autorretratos de esos años recuerdan a Picasso, los rasgos del dibujo que hace de Teresa, más tarde su mujer, tienen la limpidez del trabajo de Ingres. No abandonará su entusiasmo por Picasso, pero pronto se une a quienes, con Joan Brossa, tratan de hacer resurgir el surrealismo en Cataluña. En 1948 se une al grupo Dau al Set y comienza a pintar cuidados y misteriosos paisajes que recuerdan a Max Ernst.

Pero una beca concedida por el Quai d'Orsay, el Ministerio de Asuntos Exteriores francés, cambiará sus perspectivas. Llega a París trabajando en una serie de dibujos entre lo surreal y la denuncia política, en la que expresa su rechazo a las dictaduras. Pero allí descubre los grafitis en las paredes desconchadas fotografiados por Brassaï y las obras de los informalistas franceses. A su luz inicia un nuevo proyecto que se extenderá por toda su vida.

Con sus obras busca una dignificación de la materia y así mezcla el óleo con mármol molido y otros materiales de ese estilo, dando a sus cuadros un aspecto que a veces roza el relieve, la escultura. Sus obras, con el primer plano cerrado o a lo sumo lleno de desconchones que muestran el interior, la textura del material, recuerdan a un muro. Una imagen con la que medita sobre el tiempo ciego de la ciudad (que la levanta y la destruye) y también para denunciar la dictadura como cierre de la libertad y del futuro. Trabajará con otros materiales, como el barniz, grandes piezas de cartón y siempre con una pintura que no admite correcciones porque enseguida se seca. Eso muestra otra de sus preocupaciones: la importancia del gesto espontáneo. Un tema reiterado en su obra es el cuerpo humano: formas que recuerdan a cabezas que miran, miembros marcados por la huella del tiempo, torsos que parecen tocados por un sereno dolor.

Sus preocupaciones no se restringen al arte: incansable lector de filosofía y literatura oriental, considera que la pausada contemplación y la reflexión serena son asignaturas pendientes de nuestra cultura que adolece también del excesivo culto a lo útil y busca instrumentalizar las cosas antes que procurarles un lugar digno.

Esas preocupaciones no lo convierten en un extraño a su tiempo: su compromiso antifranquista lo llevó a la Asamblea de Cataluña y sus convicciones en materia de arte le hacen abrir brillantes polémicas contra la estética normativa y sobre todo contra el arte conceptual, en los años en los que este adquiría más partidarios en Cataluña.

Tàpies es, como señalé al principio, una figura señera del siglo XX. No sólo por ser artista, sino porque supo vivir intensamente su tiempo.

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