La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Tarta catalana en la cara

Las payasadas de Forcadell Puigdemont, Junqueras, Tardà, Rovira o Rufián arrastran a toda España a la pista del circo

La mitad de los catalanes están decididos a seguir convirtiendo Cataluña, antes tan respetada e incluso admirada, en la Tomania o la Bacteria de El gran dictador, el ducado de Grand Ferwick de Un ratón en la luna, la Libertonia de Sopa de ganso, la Ruritania de El prisionero de Zenda, la Carpania de La carrera del siglo, la Syldavia o la Borduria de El cetro de Ottokar, la Brandika de Alarma en el expreso, la Pontevedre de La viuda alegre o la Sylvania de El desfile del amor. Es decir, en un minúsculo y ridículo país de película cómica, parodia, tebeo u opereta. El problema es que cuando una parte de España hace el payaso el resto está obligada a seguirle el juego.

Un gran catalán desgraciadamente olvidado, Sebastià Gasch i Carreras, crítico de arte y periodista muy activo en los círculos vanguardistas de la Barcelona de los años 20 y estudioso apasionado de las variedades, el cabaret, el cine y el circo -cosa rarísima entre los intelectuales españoles, tan dados a la pedantería-, escribió en su obra El circo y sus figuras: "Por separado el carablanca es el clown y su pareja es el Augusto; cuando trabajan juntos ambos son payasos". Es lo que ha sucedido, sucede y según las encuestas seguirá sucediendo con Cataluña. Tipos a lo Augusto como Puigdemont, Forcadell, Junqueras, Rovira, Tardà o Rufián obligan a sus oponentes a hacer de carablanca e, inevitablemente, a que ambos hagan el payaso. Y lo mismo sucede con España que, arrastrada a la pista del circo montado por los independentistas, queda necesariamente en entredicho ante la opinión pública mundial.

¿Cómo evitar ser un carablanca cuando el otro es un Augusto? ¿Cómo soportar con dignidad la tarta en la cara? ¿Cómo responder seriamente a la desvergüenza del mutante Puigdemont, la astucia beata de Junqueras, el trile de Forcadell, los pellizcos de monja secularizada de Rovira, la grosería de Rufián o la opacidad cazurra de Tardà? ¿Qué decir después que Rovira afirme que el Gobierno "amenazó" con "muertos en las calles"? ¿Qué responder a la Fiscalía belga cuando humilla a España preguntando por las dimensiones de la celda, el "espacio vital individual", el acceso "suficiente y regular" a las duchas y la calidad de la comida en las cárceles españolas? Hay que tragárselo todo procurando mantener la dignidad mientras estos augustos nos estrellan tartas de crema catalana en la cara.

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