Me quedo con una única cita del discurso de investidura de Quim Torra: "La política que nosotros no hagamos la harán nuestros enemigos". Su sectarismo y xenofobia expresados en algunos mensajes de Twitter no son fruto de la frivolidad con la que se emplea mucha gente en las redes, sino que obedecen a una ideología asentada en Cataluña y que no es otra que el nacionalismo excluyente. Le sobra la mitad de su país. Me quedo también con una ausencia. Torra se ahorró el programa político del Gobierno que presidirá, se remitió a lo que ya detalló Jordi Turrull. Lo obvió porque lo único que va a gestionar es el camino hacia la república. Lo declaró con toda crudeza. Qim Torra ha aceptado sustituir a Puigdemont para llevar a cabo en Cataluña lo que no puede realizar el huido de Berlín: seguir con lo que llaman "mandato del 1 de octubre", abrir un proceso constituyente de la república en esta misma legislatura y proseguir el enfrentamiento con el Estado. Torra no dejó un resquicio a la moderación, al diálogo o a la vuelta a las leyes. Su discurso es un llamamiento a que siga activa la intervención de la Generalitat y el artículo 155. Si no sigue es porque el Gobierno de Rajoy necesitará al PNV este mes de mayo para aprobar sus Presupuestos, se levantará de modo automático, pero con el tiempo volverá a ser imperiosamente necesario.

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