TÓPICOS fuera: trabajamos más que los alemanes. Lo que pasa es que trabajamos peor. Dicho de otro modo, trabajamos más tiempo, pero rendimos menos. En realidad, casi todo el mundo rinde menos que los alemanes, esos ases de la productividad.

Lo ha estudiado la OCDE, entidad que agrupa a los treinta países más ricos del planeta. Por duración de la jornada laboral, los japoneses son los que más tiempo de su vida emplean en trabajar, seguidos de los coreanos, los mexicanos -sorpresa grande, adiós al cuate sentado al sol sin dar un palo al agua- y los chinos. A los japoneses y chinos se les nota porque están entre las grandes potencias económicas. Hasta cuando vienen aquí de turistas parece que anden trabajando.

En Alemania trabajan menos horas por cabeza que en casi todos los países de la OCDE, pero les cunde más. Sus datos de producción, empleo y competitividad son objeto de envidia generalizada. Se ve que no es cuestión sólo de tiempo. Menos horas de trabajo, pero mejor trabajo. Más aprovechadas. En España trabajamos duro, como ya pudieron comprobar precisamente los alemanes desde la década de los sesenta del siglo pasado, cuando nuestros abuelos y padres ayudaron con todo empeño a construir su milagro, desmitificando, de paso, la imagen del español indolente. Durante mucho tiempo los españoles hemos creído en nuestra vagancia mientras en Alemania estábamos confirmando su falsedad.

Entonces, ¿por qué rendimos menos? Por cuestiones de cultura, hábito y organización. En el sector servicios, por ejemplo, se sigue sosteniendo la concepción de que echar muchas horas en la oficina equivale a más productividad, aunque buena parte de esas horas se pasen jugando en el ordenador, mirando las musarañas, yendo a tomar café con tertulia o comentando la jugada (de fútbol o de lo que se tercie). El presencialismo es lo que nos pierde: un trabajador que resuelve las tareas asignadas desde su casa siempre está peor visto que otro que se pasa el tiempo en la oficina dedicado a mil menesteres que no tienen nada que ver con el curro. Las modernas tecnologías permiten que no sea imprescindible permanecer toda la jornada en la oficina, pero aún no nos hemos enterado. Sobre todo, los empresarios.

La productividad depende bastante de la formación y capacidad del empleado, los medios de que dispone y la organización del proceso de trabajo. A este último respecto, ¿veremos el día en que lleguemos a la conclusión de que las comidas largas y copiosas, las tardes de bajo rendimiento, el acopio de muchas tareas al mismo tiempo y el exceso de reuniones atoran nuestra productividad? Ojalá: empezaremos a ser como alemanes, pero con este clima.

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