MARIANO Rajoy sale reforzado del congreso que ayer se clausuró en Valencia, no tanto por el porcentaje de apoyo obtenido -el voto de castigo no ha sido ni mucho menos despreciable-, sino porque por fin tiene el Partido Popular que quería. El congreso de Valencia entierra, no sabemos si sólo por el momento, la alargada sombra del aznarismo y permitirá a Rajoy mostrar sin ataduras su verdadera dimensión política como líder de la oposición y aspirante al cambio en las elecciones de dentro de cuatro años. No es poco el trabajo que le queda, tanto interno como de cara a la opinión pública. En todos los congresos partidarios hay vencedores y vencidos. No cabe duda de que en este pierden Esperanza Aguirre, que ha tenido la elegancia de reconocerlo públicamente, y la vieja guardia de Aznar y ganan las posiciones más centradas que han representado líderes como Alberto Ruiz-Gallardón. La nueva dirección aparece como un equipo cohesionado en torno al líder en el que, junto al citado Gallardón, María Dolores de Cospedal y Javier Arenas aparecen como las personas de más influencia. El hecho de que Arenas sea, en opinión de muchos analistas, el verdadero hombre fuerte de la nueva situación habla por sí solo de la habilidad y categoría política del líder andaluz, que, sin embargo, sigue teniendo en Andalucía una importantísima labor por delante para convertir al Partido Popular en verdadera alternativa al cuarto de siglo de dominio socialista en la región. Arenas tiene talla suficiente para compatibilizar ambas funciones, pero haría mal si baja la guardia en el trabajo que aún le queda por hacer en Andalucía. La misión fundamental del nuevo equipo capitaneado por Rajoy es ganarse la confianza de una amplia bolsa de votantes de talante centrista que hasta ahora se han resistido a votar a un PP que ha presentado un perfil demasiado duro. El presidente del PP cuenta con el equipo y los instrumentos para ello. De su habilidad y capacidad política dependerá que en el plazo de unos años ese nuevo perfil dé rendimiento en las urnas.

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