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Ventosidades de Lord Artur

Mas, ajado por los años y por los demanes, se envolvió en la bandera como un predistigitador de medio pelo

El romanticismo visto desde dentro es una cosa y visto desde fuera otra bien distinta. Es decir, que si uno está loco de amor y le dice a su pareja cari, guapi o chuli se siente feliz y hasta sensato desde el interior de su pompa, pero si ve desde fuera a dos adultos hablarse con tanta melaza y puerilidad pues resulta sonrojante, incluso patético. Tal sensación aumenta además si ese romanticismo, que pasa por la exaltación del sentimiento, sale del ámbito amoroso para instalarse en el ámbito político, como sucede con todos los nacionalismos utópicos que en el mundo son. Donde debería estar la razón, campo insolayable de la política, entra entonces la sentimentalidad, que aunque en el amor, en el ámbito privado, pues ser positiva para ser feliz aunque empalague y acabe por esfumarse, cuanto se torna relato político se vuelve peligroso virus que además se contagia con facilidad vista la debilidad sensibloide del corazón humano y nuestra capacidad cerebral para tragarnos cualquier ideaca que nos dé esperanzas por palmariamente falsa que sea. Lo romántico, en fin, es sólo una ilusión, y sospecho que hasta un excelso como el poeta Lord Byron incurría después de una comida copiosa en el vicio tan humano de las ventosidades y Utopía sólo suena bien como nombre de bar, y ni siquiera eso como la historia demuestra. Los humanos reincidimos sin embargo una y otra vez en ello, de lo que da muestra la manifestación recauchutada, teledirigida y artificiosa con la que un nutrido grupo de independentistas catalanes acompañó ayer a Lord Artur Mas, romántico de cartónpiedra, para que declarase en los juzgados por el teatrucho aquel de la consulta de noviembre de 2015. Banderas al aire se vieron, y se escuchó Els segadors, y el expresident, ajado por los años y perseguido por la sombra oscura de los demanes de su partido, se envolvió una vez más en la estelada con ese gesto mecánico y triste del prestigitador de medio pelo que abusa una vez tras otra del mismo truco mientras el público bosteza. Si alquien quiere creerse tan irrisible relato romántico y mártir es porque quiere, y poco hay se puede hacer. Porque las ventosidades de nuestro romántico Lord Artur atufan que no veas.

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