La tribuna

José Perez Palmis

¡Vota, vota y vota!

VOTA a la izquierda, vota a la derecha, arriba o abajo, pero vota. Un puntito somos cada uno de nosotros en el cielo electoral, pero con voz y voto, y eso manda mucha romana. Los analistas siempre recuerdan el suceso curioso del antiguo canciller alemán Adenauer: ganó en su época unas elecciones por un solo voto, el suyo, naturalmente. Y muchas más anécdotas podrían añadirse desde la invención de la democracia por Clístenes, el griego de los últimos años del siglo VI a. C. Fue listo. Veíase perdido para coger el gobierno de Atenas frente a los dictadores y arrimó el ascua a su sardina: por vez primera en la historia fue protagonista el pueblo. Él lo levantó y lo puso a su favor, haciéndole partícipe enseguida de los asuntos públicos. En nuestros tiempos, el margen de maniobra ya no son las armas, son las papeletas. Viene a ser la única manera de intervenir de los ciudadanos, y debemos aprovecharla hasta el tuétano, usar su poder para ratificar a los equipos gobernantes o variarlos. Una de las ingeniosidades de Groucho Marx era la de preguntarse por la vida matrimonial después de varios años de convivencia. Sólo quedan, agregaba, arrugas, niños y deudas. Y de su mano cabe interrogarse uno por las etapas siguientes al delirio electoral, a los nombramientos, a las tomas de posesión. Con una especie de si te he visto, no me acuerdo, los ocupantes de los sillones y poltronas le regalan el olvido a sus electores, seamos realistas. Hacen y deshacen a sus anchas, una forma de trabajar con raras dedicatorias o invitaciones al pueblo llano a expresar sus criterios. Pero votemos y estemos persuadidos de que a los políticos les impone más una masiva concurrencia a las urnas que una desidiosa. Las abultadas votaciones siempre les ayudarán a dirigir las antenas acústicas a las bases ciudadanas.

Con la papeleta en la mano estamos diciéndoles muchas cosas como "venga, dejaos de palabras y vamos a los hechos prometidos, a ese paraíso terrenal de vuestros mítines", o presionándoles para obligarles a consultas periódicas sobre los asuntos de gran calado, porque, ¡caramba!, surge cada amasijo de unos y otros, de los gobernantes y los opositores, de quitar el sueño, sin explicaciones, además, como si los ciudadanos estuviéramos en Babia. Con el censo electoral al completo depositando los votos habría de ser muy ciego y tener los oídos muy sordos el equipo ganador para zambullirse de nuevo en la rutina de las arrugas, deudas y niños señalada por el genial Groucho y no mirar al tendido, no espabilarse y exigirse el someter previamente a los ciudadanos las decisiones de aquellos temas precisados de muchas aspirinas y nolotil, utilizando las votaciones vía internet, e inaugurando con ello un sistema de gobierno de pura democracia inmediata, una verdadera revolución del arte de gobernar. Aquí jugamos todos o pinchamos la pelota, porque despertarnos cada mañana y encontrarnos de sopetón con diatribas, follones y maldiciones cuando los autores han tenido la oportunidad de consultarnos, hace subir el colesterol, la bilis y agrava el reuma. La liberación de esos males pasa ahora por las papeletas. Vamos a depositarlas con alegría y tranquilidad. Todos, si queremos ser partícipes de la democracia, de sus aires de vida, si queremos recordarles a los representantes políticos la contingencia de sus puestos. "Las torres que fundé se las llevó el viento" (Camoens), y que tan pronto toquen sillón miren hacia abajo, hacia nosotros. Para que nada falle, con las papeletas les recordaremos también el gesto de Martín Lutero colgando sus 97 tesis de la puerta de la iglesia de Wittenberg. Ellos al día siguiente de su designación habrían de hacer lo mismo con sus promesas electorales y su coste: pegarlos a la puerta de sus despachos, con una observación "de veras, no tengo más puestos ni prebendas, soy vuestro". Y los plazos de ejecución. Nada de sestear y dedicarse a reuniones y más reuniones. La calle los ha elegido y a la calle han de consagrarse.

Con la idea de que nadie se quede en su casa un grupo de vecinos ha contratado al flautista de Hamelin, aquel que con sus sones mágicos arrastraba tras de sí a los niños del pueblo, para que el 9 de marzo haga un pasacalles y tire de los remolones e indecisos a los colegios electorales. Como premio les darán un poquito de ron del que los conjuntos musicales cubanos vierten todos los años sobre la tumba de Antonio Machín y así puedan volver a sus casas alegres cantándole a la democracia: "mira que eres linda, que preciosa eres". Las estadísticas fijan en 35 millones el número de votantes. No quiero imaginarme el apabullamiento de concurrir los 35 millones a las elecciones. Vaya cambiazo a la vida pública, al oficio de administrar y regir su destino. Date prisa en hacer esto y hazlo de la mejor calidad, diríanse entre sí los gobernantes, que 35 millones de observadores son muchos millones. Sentaríamos cátedra a los ojos atónitos de todo el mundo. Fíjate en esos, los españoles, por poco les faltan urnas.

Nada es perfecto, pero la perfección pide el auxilio nuestro. Por eso, vota a la izquierda, a la derecha, a donde quieras, pero ¡vota, vota y vota!

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