La ciudad y los días

Carlos Colón

Voto popular, sueño de la razón

CUANTO peor, mejor. Este es el lema de las televisiones privadas. Lo que no quiere decir nada bueno de esos dinosaurios que pagamos entre todos que son las cadenas públicas. Lo del Cobra ha sucedido en una televisión pública. Haciendo felices, salvo por su momentáneo liderazgo en audiencia, a sus enemigas privadas. Allá que andan negociando y diciendo que no lo están haciendo para hacerse con la nueva estrella. ¿Una estrella fugaz? Imposible preverlo. Más de una que debía ser fugaz lleva años brillando gracias a la audiencia que procuran a los programas en que intervienen: esa galería de ex concursantes de Gran Hermano, ex amantes de toreros, ex esposas de tenistas, ex cuñadas de cantantes o periodistas puestos en ridículo por informaciones falsas cuyas carreras parecen liquidadas pero después renacen de las cenizas de sus embustes.

Lo curioso es que cada vez que irrumpe un Cobra todos hacen como que se escandalizan de que tanta grosera zafiedad genere audiencia. Fariseísmo audiovisual, hipócrita estrategia. La corrección o la calidad no venden. En las tres últimas galas de selección eurovisiva el esperpéntico Chikilicuatre, personaje inventado por una cadena de televisión, logró 1.960.000 espectadores; al año siguiente la sosa pero correcta Soraya bajó a 799.000 espectadores; y este año el Cobra, agarrándose el mandao e invitando al público a su degustación, ha logrado triplicar la audiencia y superar al Chikilicuatre con 2.630.000 espectadores. Los números cantan.

El intelectual de guardia -siempre hay uno dispuesto a envolver la mierda en papel de seda académica- ha dicho que tras la afición del público a los frikis hay "una intención de criticar y humillar lo establecido... Desde lo cómico e irónico se ridiculiza lo estable y previsible. Es una respuesta contestataria… Tras esos comportamientos se oculta una cierta rebelión de las masas". Es decir, que poca diferencia hay entre el Cobra y los filósofos cínicos, las poesías de los goliardos, las sátiras de los moralistas ingleses o el humor subversivo de Keaton o los Marx. Así nos va. La cosa es más simple, ruda y antigua. La televisión está resucitando comportamientos abyectos que se creían erradicados, desde el linchamiento cotilla a la exhibición de fenómenos humanos en las ferias (freak exibitions, de donde viene friki). "El voto popular engendra frikis", titulaba un periódico. Cierto. Y desolador. Porque iguala en goyesco paralelismo el voto popular con el sueño de la razón que engendra monstruos. Y porque en la política puede pasar algo parecido. Recuerden Marbella. No olviden Italia.

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